Me preocupo por las mujeres que hayan visto esta película y acaben deseando cruzarse con una historia parecida en sus vidas.
El argumento, ya de entrada, lo deja todo tan claro como un invierno en los Alpes austríacos: hombre salva a chica mona del suicidio y a cambio dispone de su cuerpo para lanzarle cuchillos, para deleitar al público y para, simbólicamente, provocarle placer mediante la amenaza de la muerte. (Si ella intenta suicidarse, es una pobre desesperada sin porvenir. Si él la ficha para un estupendo trabajo no remunerado de lanzamiento de cuchillos con los ojos cerrados, todo es puro placer, porque dispone de su vida y eso es lo bonito de la era patriarcal).

Además, a cambio de su heroísmo también la enamora, le dice que la quiere convertir en su cenicienta, que quiere que todo le sea fácil, a veces no le importa que tenga sexo con hombres aunque la mire como a una viciosa, le regala suerte, le enseña cuál es su destino, lo que está bien y lo que está mal, cómo sacarle partido a su pelo, a su belleza, etc.
Y los guiones pues son como el puente; es decir, como tirarse por un puente y llevarse por delante los avances en igualdad de género: un cuento de hadas moderno pero igual de machista.

Los personajes, más de lo mismo: él carismático, inteligente, ingenioso. Ella carece de humor, de razonamiento, de empatía, de casi todo excepto de lujuria. Nos la muestran como una discapacitada intelectual, tan vacía que sólo sabe tener sexo (la pobre...), y ausente de destino hasta que él aparece para regalarle suerte a raudales.

¿Que la historia es diferente? Pues sí, es curiosa y fantasiosa para bien en ciertos momentos, pero la obstinación me lleva a rechazar el elogio a los detalles bonitos.
Rara y diferente sería una historia así pero a la inversa; donde ella sea la intelectual, la que no necesita a nadie que le enseñe su destino, y donde nadie tenga que lanzar cuchillos, que para punzadas bastante tenemos con las palabras.