Quizá, de toda la magnífica serie de Sherlock Holmes protagonizada por Brett, sea éste el episodio más desafortunado. En primer lugar, porque la acción no respeta los tiempos del relato de Doyle, cosa extraña en una serie que es enormemente respetuosa con el escrito original. La película se entretiene excesivamente en la zona central del relato, y resuelve en un tiempo mínimo el final, de una manera precipitada que deja al espectador con mal sabor de boca.

En segundo lugar, la enfermedad hacía mella en Brett... O, más bien, el tratamiento. Brett sufría una psicosis maníaco depresiva, y estaba siendo tratado con litio, el cual le hizo engordar de manera ostensible. Un Holmes gordo, por extraordinario que sea el actor, es poco creíble. En este caso, la culpa, obviamente, no fue de Brett, pero esa irremediable obesidad no deja de ser un inconveniente a la hora de interpretar al detective de Doyle.

En definitiva, un episodio simplemente bueno de una saga extraordinaria.