Haz click aquí para copiar la URL
España España · Móstoles
Voto de Samizdat:
8
Comedia. Drama. Thriller En 1937, en plena guerra civil, tropas republicanas irrumpen en un circo, durante el espectáculo, con el objetivo de reclutar a sus empleados para luchar contra las tropas nacionales. Mucho tiempo después, en los últimos años del franquismo, dos payasos (Carlos Areces y Antonio de la Torre) luchan por el amor de una atractiva trapecista (Carolina Bang). (FILMAFFINITY)
26 de diciembre de 2010
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Balada triste de trompeta” es posiblemente la película más intensamente personal que ha rodado su director, Álex de la Iglesia. Es al mismo tiempo una mirada cargada de emotividad al paraíso perdido de la infancia y un gigantesco retablo barroco, de intención alegórica, sobre la historia reciente de España. 1973: tiempo de payasos, tiempo de monstruos. El director vuelve a ser el niño de ocho años a quien, mientras merienda pan con chocolate y ve en la tele a los payasos, se le aparece de pronto en la pantalla el rostro desfigurado del monstruo: la irrupción violenta de la sangre, del odio, de la historia.* La película indaga en los hilos sutiles que unen estos dos circos, el de los payasos de la infancia y el de los monstruos de la historia.

A pesar del prólogo, en mi opinión prescindible, ambientado en una imposible batalla de la guerra civil, el filme trata de los últimos años del franquismo, y aborda este período de la historia de España, esperpéntico en sí mismo, como el territorio de lo grotesco por excelencia. El significado alegórico del triángulo amoroso formado por los dos payasos y la trapecista ya ha sido muy bien explicado por otras críticas aquí en Filmaffinity. Pero, además, “Balada triste de trompeta” es una película de vocación omnívora, que traga (aunque no siempre las digiere) un sinfín de referencias generacionales y cinéfilas: un ejemplo, la borrachera de imágenes setenteras de los títulos de crédito iniciales, tan justamente alabados por la crítica. O los créditos finales. O tantas y tantas referencias y citas que puntúan todo el recorrido del filme.

Y en esto reside, paradójicamente, el principal reproche que, me parece, se le puede hacer a la película. Es un carrusel de imágenes intensamente disfrutables, pero el director, que tiene un innegable talento para crear imágenes de una gran riqueza simbólica, no tiene el mismo éxito a la hora de hilar esas imágenes en un discurso narrativo convincente. No hablo, claro de verosimilitud ni de realismo, que no hacen ninguna falta en una ópera bufa como ésta (al revés, la retórica del exceso le va como anillo al dedo), pero sí de la falta de consistencia narrativa, de esa necesidad de introducir gags porque sí, aunque no peguen ni con cola, solo porque en la película, como en un abigarrado retablo barroco, tiene que caber todo.

Como buen espectáculo barroco, la película aturde al espectador y hace -sobre todo si tiene una edad parecida a la del realizador y atesora muchos de esos recuerdos/imágenes, con los que el director juega, en su memoria sentimental – que se remueva algo en su interior. Bienvenidas sean películas como esta, que, gusten o disgusten, jamás te dejarán indiferente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Samizdat
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow