Pero la película no se queda solamente en ese contraste, sino que lo que intenta, y logra con creces, es ensamblar esos dos opuestos en un todo que haga avanzar una historia. En ese camino, descubrimos, lentamente, que los dos personajes no son tan distintos como nos parecía en un comienzo. El viaje que realizan por la zona de viñedos de California los transforma a ambos, y se convierte en un rito de pasaje hacia la madurez definitiva (en analogía con el proceso de “añejamiento” del vino). El logro de la película es haber podido encontrar paralelismos potentes entre el mundo de los vinos y el de la la vida y las relaciones humanas.

Por otra parte, lo interesante es como la narración pasa por diferentes momentos climáticos, de una escena cómica a una triste o dramática, alternando diferentes registros (incluso superponiéndolos) sin perder fluidez y dinamismo. En definitiva, es una película construida en base a sutilezas y detalles: líneas simples de diálogo, situaciones mínimas son llevadas a niveles complejos de la psicología humana, sin perder la frescura y naturalidad que implican esos niveles de comunicación. Al finalizar de ver Sideways, sentimos que hemos aprendido muchas cosas, y probablemente nos den ganas de volver a visitar ese universo.