Sin identidad, primeramente, ofrece un entretenimiento bastante aceptable. Un siempre convincente Liam Neeson y una también estupenda Diane Kruger, junto a un impecable Bruno Ganz consiguen redondear el resultado. Sin embargo todo hace aguas en algo tan importante como es el guión. Al final del film quedan muy pocos sitios, por no decir ninguno, por donde cogerlo. Cierto es que la trama a lo Jason Bourne tiene su atractivo, incluso algún giro de guión inesperado, pero hay fallos imperdonables en el desarrollo que empañan sobremanera el resultado final.

También es posiblemente una película que ya hemos visto muchas veces, o esa es la sensación que provoca. En el otro extremo, se sigue con facilidad e interés por saber cual es el siguiente paso en la investigación del protagonista. Mientras todo evoca ecos de otras producciones ya vistas, Neeson corre, pelea, huye y es perseguido en Berlín por una organización que pretende quitarle de en medio. No suena precisamente a original.

Es, probablemente en el final, y alguna escena que se pasa de inverosímil, donde todo el fuego de artificio acaba por estallar y no puedes creerte más. Pero así es el cine, la máxima es entretener a costa de casi todo. Y aquí el exceso da al traste con algo que podría haber sido una excelente película del género, con un guión más medido y realista.
Todo da excesivas vueltas hasta desbaratarse, y se olvida demasiado pronto. Es es quizá, lo más difícil del cine en estos tiempos: permanecer en la retina y en la memoria en tiempo suficiente para pasar de la mediocridad a la brillantez.



A destacar, en el spoiler.