El planteamiento es fascinante y para nada descabellado: ¿llegará el día en que la globalización y la tecnología de la información reduzcan la privacidad a su mínima expresión o incluso la anulen por completo? ¿Es defendible ese derecho individual y aparentemente inalienable, o por el contrario debe ceder al escrutinio de toda la sociedad? ¿No es cierto que al abrigo de las cortinas, puertas y contraseñas concebimos los proyectos más inconfesables? ¿No se pondría fin a la corrupción, las salvajadas y la delincuencia en general? ¿No acabará imponiéndose el interés de la sociedad en detrimento de la conveniencia individual?

La película saca adelante ese planteamiento de manera airosa, sin aburrir, pero no me convencen el final (me sabe a pocas nueces) ni el papel de pez gordo asignado a Tom Hanks (no logra hacer de tipo sucio). Creo que habría sido posible, dentro de un metraje más largo, hurgar en la llaga sin contemplaciones.