Un guión magistral, más que sobre los medios de comunicación, sobre el poder de la audiencia y la deshumanización que, en muchos casos, trae aparejada la televisión en las generaciones que le rinden culto. No importan los sentimientos, ni positivos ni negativos; ni siquiera los acontecimientos. Es la audiencia la que mueve el mundo, y poco importa si va aparejada a hechos de dudosa moralidad. El contenido pierde valor frente al entretenimiento, la información pasa a un segundo (o tercer, o incluso último) plano; ya solo importa el share y los porcentajes de audiencia.

El reparto, lleno de actores y actrices de renombre, marca unos personajes coherentes, que enmarcan la diferencia de perspectivas frente a la televisión y los diferentes grados de ética (o falta de ésta) profesional, aunque la balance se decante más bien a la inexistencia de ésta que a unos férreos principios morales. El reparto coral es fantástico, a pesar de lo cual (o quizás precisamente por eso) no hay un intérprete que destaque en el film.

No obstante, y aunque el argumento y la reflexión no han perdido actualidad, tampoco podría calificarla de obra maestra, aunque sí hay que reconocer que es uno de los mejores guiones escritos sobre los medios de comunicación y la influencia del llamado cuarto poder.