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Voto de Fco Javier Rodríguez Barranco:
7
Comedia Carmen lleva más de 30 años desviviéndose por la hermandad de su pueblo y su sueño es convertirse en hermana mayor de la misma, siendo esto algo utópico en un círculo social aún en la actualidad representado por hombres principalmente. Después de producirse una votación, Ignacio es elegido hermano mayor y, tras un desafortunado accidente, Carmen lo deja inconsciente y tiene que esconderlo en su casa. Todo se complica cuando su hija ... [+]
17 de abril de 2018
8 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno, que no se caracteriza precisamente por la firmeza de sus convicciones religiosas, resulta que se siente particularmente conmovido cuando llega la Semana Santa de Málaga. Sí, he de decirlo, el olor del incienso en esos momentos toca en alguna región muy profunda de mi alma, quizá porque incluso para militar en el agnosticismo hay que ser heterodoxo.
La Semana Santa llega además en el inicio de la primavera, que es el verdadero inicio de la vida en el hemisferio septentrional, con el añadido del olor a azahar en el sur de España, y es muy difícil, de verdad, creedme, protegerse contra esas sensaciones. El aire también se siente con mayor ligereza, llegan los primeros calores, que todavía son tenues y, por lo tanto, muy agradables y luego, pues eso, que sería maravilloso que todo lo que se escenifica en esos días fuera cierto. Sería maravilloso que existiera Dios, que hubiera enviado a su hijo para enseñarnos, que hubiera muerto en la cruz para redimirnos y que hubiera resucitado, porque el crucificado es un hombre, mientras que el resucitado es un Dios.
Sería maravilloso, sí. Entre otras cosas porque podríamos preguntar a Dios acerca de tantos y tan enormes desmanes como han jalonado la historia de la humanidad, pero lo dejamos ahí.
El caso es que ésas son las coordenadas personales desde las que asisto a la proyección de Mi querida cofradía (2018), de Marta Díaz, en la 21ª edición del Festival de Málaga, una película que bebe en las fuentes de Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), de Pedro Almodóvar, incluso la estética de los créditos finales es muy similar a los habituales de la productora de El Deseo, S. A., en general, y el cartel oficial de Mujeres, en particular, lo cual no desmerece en absoluto los méritos de la cinta de Marta Díaz.
Porque no es sólo una cuestión epidérmica como la estética de los créditos lo que aproxima una película a otra: podríamos hablar también de una nitidez de colores, muy del gusto del cineasta manchego, si bien es la propia dinámica del filme de Marta, donde cuatro mujeres, que pertenecen a tres generaciones diferentes, se ven envueltas en una situación totalmente rocambolesca, en la que las torrijas y los psicofármacos gozan de particular protagonismo: en la película de Almodóvar, se mezclan con el gazpacho, en la de Díaz, en una copa de brandy peleón, pero en ambos casos con los mismos efectos: provocan un sueño profundo a quien los ingiere.
Pero no quiero sostener que una película sea el calco de la otra, sino que Mi querida cofradía crea, y con bastante eficacia por cierto, sus propias situaciones humorísticas, con una fuerte reivindicación feminista en un ambiente tan masculinamente cerrado como es la presidencia de una hermandad de Semana Santa, donde las mujeres poco a poco se van incorporando (ya hay nazarenas, así como mujeres de trono en la Pascua de Málaga, por ejemplo), pero al día de hoy, a lo más que pueden seguir aspirando las mujeres es a procesionar con mantilla y el recato que se considera propio para la situación.
El final de la película no he convencido en exceso, creo que es el punto más flojo de este filme, pero yo me he reído y mucho durante el planteamiento y el nudo de Mi querida cofradía, siendo así que considero el humor como uno de los mayores regalos que puede ofrecernos la vida. Quienes han leído alguna de mis crónicas ya conocen mi posición al respecto, sin necesidad de que volvamos a acudir a la Carta a Meneceo, de Epicuro, para quien la felicidad consiste en olvidarse de la existencia de los dioses, dicho sea de paso.
Sí quiero llamar la atención ahora acerca de otra cuestión. Y es que fue precisamente ayer cuando se proyectó en el Festival de Málaga Un hombre llamado Flor de Otoño (1978), de Pedro Olea, y durante el coloquio previo, el director vasco llamó la atención acerca de un incipiente Almodóvar al que dio un pequeño papel en el filme: la reina de las bananas, donde el director manchego aparece totalmente maquillado de negro y, por lo tanto irreconocible, pero ahí estaba en una película, cuyo depósito legal es de 1977.
Pues bien, otra de las cosas que comentó Olea es que un buen día, por esas fechas y que por eso le había dado un papel en Un hombre llamado Flor de Otoño, apareció un tal Pedro Almodóvar en la tertulia cinematográfica, donde entre otros participaba José Luis Garci, con un proyector en super-8 y unos tráilers de películas mudas a los que él ponía voz, imitando incluso tonos femeninos. Podríamos argumentar que eso mismo, o similar, ya lo había desarrollado Enrique Jardiel Poncela en sus Celuloides rancios, aunque no sé si Almodóvar había adquirido los derechos sobre los tráilers. Probablemente no, puesto que la idea no era distribuirlos, sino realizar un divertimento. El caso fue que en ese cine que empezaba a sacudirse el pesado lastre de la dictadura en la España de la segunda mitad de la década de los setenta, no cupo ninguna duda que la frescura llegaría de la mano de Pedro Almodóvar. A otros directores, Pedro Olea, sin ir más lejos, les cupo un dignísimo papel mucho más sesudo, pero Almodóvar, sin duda abrió una puerta a la desinhibición en nuestra cinematografía.
Y no, no tenemos una Sor Rata de Alcantarilla ni otra Sor Perra Inmunda, como hallamos Entre tinieblas (1983), pero sí un sacerdote bastante tóxico que obedece al patronímico de Fermín, porque eso es lo que veo en la cinta de Marta Díaz: Almodóvar trajo frescura a una España, en general, o un Madrid, en particular, acartonados y todavía con fuertes resabios pueblerinos, mientras que Mi querida cofradía traslada esa frescura a un mundo tan cerrado como el de las cofradías de Semana Santa, ambientando la acción en Ronda, una ciudad tan bella como abrupta para la modernidad.
Fco Javier Rodríguez Barranco
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