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Voto de Fco Javier Rodríguez Barranco:
10
Comedia. Drama En Roma, durante el verano, nobles decadentes, arribistas, políticos, criminales de altos vuelos, periodistas, actores, prelados, artistas e intelectuales tejen una trama de relaciones inconsistentes que se desarrollan en fastuosos palacios y villas. El centro de todas las reuniones es Jep Gambardella (Toni Servillo), un escritor de 65 años que escribió un solo libro y practica el periodismo. Dominado por la indolencia y el hastío, ... [+]
13 de enero de 2015
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La gran belleza, Oscar en 2014 a la mejor película en habla no inglesa, sitúa al espectador ante todo un glosario de posibilidades estéticas, como la fotografía, el teatro, la pintura, la escultura, etc. Pero sobre todo lo que subyace es una mirada escéptica, melancólica, acerca de la caducidad e inconsistencia de la vida o las opiniones humanas. El protagonista, Jepp Gambardella, magníficamente interpretado por Toni Servillo escribió un ambicioso libro hace 40 años, El aparato humano, y desde entonces ha conseguido un altísimo nivel de vida como periodista en una prestigiosa revista de arte, entendido el arte en su acepción más extensa. Desde esa primera novela juvenil, Jepp ha querido, infructuosamente escribir la gran novela sobre la nada. Se consuela pensando que Flaubert también se lo propuso y fracasó, lo que nos sitúa ante una referencia literaria, entre otras muchas que podemos hallar en La gran belleza: Proust, Turgeniev, Dostoievski, D’annuzio o el mismísimo Shakespeare, además del ya mencionado Flaubert. Jepp Grambella, deambula, pues, junto al Tíber u observa la vida desde su lujoso ático en la proximidad del Coliseo con actitud escéptica, pero escepticismo con un toque irónico: descreimiento burlón. “Tan sólo este menú es importante”, comenta en un restaurante Jepp a Ramona; o en esa misma cena, cuando Ramona le pregunta lo popular que él es, responde que eso es una receta segura para la infelicidad. “¿Por qué?”, insiste ella, “Por qué soy decepcionante”, asegura el escritor.

Pero no sólo el ser humano nos sorprende con su realidad, sino que todo eso acontece en la ciudad eterna, una de las ciudades más bellas del mundo, si no la más, pero “Roma es decepcionante”, afirma con toda intención Romano, cuyo nombre, obviamente tampoco es casual, justo cuando acaba de conocer el éxito como autor teatral. “Todo es truco” afirma un mago, capaz de hacer desaparecer una jirafa. Todo es falso, intrascendente, relativo.

En La gran belleza encontramos la soledad del hombre ante otros seres humanos o en su compañía, incluso compañía bulliciosa. La soledad del hombre ante el arte. La soledad del hombre ante la degradación, física o moral. La soledad del hombre ante el sexo, cuando el sexo es uno de los grandes alivios para la acedia insana, según sostuvo Robert Burton en Anatomía de la melancolía, un manual de principios del siglo XVII. La soledad del hombre ante las grandes preguntas. “Me encantan estos trenecitos”, afirma Jepp refiriéndose a las cadenas de bailarines, habituales en las fiestas y celebraciones de todo tipo. “Porque no llegan a ningún lado”, culmina su comentario. Y por supuesto, muchísima añoranza de la juventud y sentimiento de vejez en la actualidad.

La presencia del río, como gran metáfora del paso del tiempo, donde sin duda los ejemplos más conocidos son el todo fluye, de Heráclito, o las coplas dedicadas a la muerte de su padre, del castellano Jorge Manrique, es crucial. Por eso, no son escasas las apariciones del río, en particular, o del agua, en general, pues abundan las escenas ambientadas en el mar, lo cual vincula La gran belleza con la iconografía milenaria sobre la melancolía, donde el agua, efectivamente, es símbolo habitual de la tristeza mórbida, de lo que existe numerosa bibliografía y entre ella muy destacable es el estudio de Klibansky, Panofsky y Saxl, Saturno y la melancolía. No en vano, Jepp cree ver el mar en el techo de su habitación: cuando está acostado se imagina que se halla bajo la superficie del agua y lo mismo intenta que consiga Ramona: incluso los títulos de crédito, diseñados como un paseo fluvial bajo los puentes del Tíber.

Por otro lado, si esta producción se erige como compendio de actividades creativas, no podía estar fuera de ella el cine entre cuyas referencias destacan: Visconti, y concretamente su magistral Muerte en Venecia, que se hallan en el tono decadente general de la obra de Sorrentino y en la mirada apenada a la infancia: “Todos necesitamos que alguna vez nos recuerden el niño que fuimos”, manifiesta la directora de la publicación donde trabaja Jepp; el surrealismo de Buñuel, que puede detectarse en la presencia de una enana, la recién citada jefa de Jepp, así como en una bandada de flamencos que, de repente, hace escala en el ático de Jepp, con el Coliseo como telón de fondo; y el magisterio de Fellini, que rodó Amarcord para recordar su niñez, es muy evidente, hasta el punto que la película de Sorrentino ha sido considerada como una versión contemporánea de La dolce vita. Así, podemos apreciar en La gran belleza, por ejemplo, el descerebramiento de las relaciones humanas que inunda el filme del realizador de Rimini, o el tono anticlerical en detalles como un cardenal, papa in pectore, cuyos principales méritos parecen ser las recetas culinarias y a quien también vemos columpiarse infantilmente en la soledad de la campiña. Por fin, otro detalle que apunta a Fellini es la presentación de una futura santa, una misionera de 104 años, que recibe el homenaje de los representantes de todas las confesiones religiosas, incluidas las animistas, sentada en un butacón de mimbre, que recuerda al utilizado por Sylvia Kristel en Emmanuelle.

“Tú y yo ¿nos hemos acostado alguna vez?”, pregunta Jepp a Steffania, una revolucionaria de reality shows, casada y madre de cuatro hijos. “No”, reponde ella. “Estupendo. Asi tenemos algo interesante que hacer en el futuro”. Lo que me parece una perfecta síntesis de todo lo que he comentado más arriba: nostalgia, decadencia, escepticismo, vacío, perennidad, pero endulzado por comentarios ingeniosos en una inagotable sucesión de imperecederos diálogos. Y es que la película de Sorrentino, aunque rezuma melancolía por todos sus poros, siempre constituirá un bálsamo estético.

La gran belleza de la soledad, pues, o quizá la vida consista precisamente en regresar a la soledad original.
Fco Javier Rodríguez Barranco
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