Los esfuerzos por hacer una caricatura del mundo de la moda serían venerables si no fuera por su falta de habilidad para convencernos de que ha sido una buena idea. Stiller se ha metido tanto en la cabeza sin timón de Derek Zoolander, que se ha olvidado por completo de que tenía que decirnos algo. La falta de inspiración se vuelve evidente en el mismo momento en que pretende ponerse seria jugando a las conspiraciones entre pase y pase de modelos, sin poder ser admitidas como parte de la pantomima por nadie que no tenga la estulticia inherente a la mayoría de los que conforman esta parodia con mucho más ruido que nueces.
Aparte de la mirada acero azul y algún que otro gag verdaderamente ingenioso (el de Ben Stiller con Owen Wilson parodiando la mítica escena del mono en '2001', es como un oasis en el desierto), es dudoso que alguien que no sea un fan, incomprensiblemente acérrimo, de Zoolander o del propio Ben Stiller, sea capaz de recordar mucho más allá de eso. La gracia, lejos de entrar en cualquier delirio, está reservada para aquellos momentos en que su protagonista se olvida de los juegos de espías y se centra en lo único que sabe hacer, ser él mismo.