El enclave parece propicio; la época, también, arropando con mucha sencillez lo que en otro escenario sería tabú para poder ser estimuladores indirectos y mostrarse ambos como la forma en que ese amor prohibido de juventud se origina y se vive. Timothée Chalamet y Armie Hammer como Elio y Oliver respectivamente, son los traductores perfectos de aquello de que nos enamoramos de almas y no de caras ni cuerpos. Un veraniego amor homosexual que ninguno olvidará despejado de banalizaciones, al que también es justo y necesario ponerle un 'depende' en su idealización del concepto, aunque la esencia incuestionable de la idea de esta coproducción reside ahí mismo.
El punto curioso de esta historia de amor aparece en la complicidad que genera ésta alrededor del resto de almas que conviven, de un modo u otro, con Elio, el efebo que se empieza a abrir al mundo y a su verdadera sexualidad, que no sabe si ser tímido u osado y al que su descubrimiento oprime y libera a un comprensible tiempo. Todos cubren su despertar emocional más que sexual con una agradecida connivencia para el joven adolescente, que no es muy común de ver por otra parte con la temática en cuestión.
Por su parte, Oliver, ya emancipado de prejuicios, vive el romance con ternura inusitada, irrumpiendo con equívoca sensación en la esperada temporada estival de Elio, quien anhela el descanso que el campo italiano le ha de deparar. La vida de uno y otro se cruza con distintas perspectivas iniciales, augurando pronto un cambio de impresiones y apetencias.

Es bonita, delicada en todo punto y logra que su extensa duración no se conciba como tal.