Normalmente, uno ha aprendido con el tiempo que debe mirar con cierto escepticismo aquellos carteles publicitarios que rezan aquello de "del creador o creadores de..." Al menos, hasta que se demuestre lo contrario; como aquí. Porque, efectivamente, su responsable o responsables han vuelto a dar -por cuarta vez consecutiva- con la tecla correcta de la comedia romántica.
Cómo no, algunos la acusarán de sensiblera, ñoña o bobalicona. Registros habituales del género, al fin y al cabo van siempre incluidos en el lote. Pero ¿cual es la verdadera medida de todo eso? ¿Dónde está la frontera que separa la aceptación comprensible de todo ello, del exceso de edulcorante y consecuente sonrojo para alguien con exceso de testosterona? Difícil respuesta, difícil solución. Imagino, que en gran parte la diferencia la deben marcar el ritmo y el tono narrativo y por supuesto los personajes.
La creatividad del argumento, lo cómico de diálogos y situaciones y la simpatía de los personajes que aparecen en “Una cuestión de tiempo” hacen de ella una película cómica y emotiva a partes iguales de la que, además, resulta complicado poder evitar que el deseo de viajar atrás en el tiempo para poder "corregir" ciertos "errores" no sea un deseo compartido. A mí, me pasa.