The Knick (1900-1901), años en que el hospital Knickerbocker de Nueva York nos abre sus puertas (en realidad se corresponden cronológicamente con sus dos temporadas de vida). Más de cien años atrás en el tiempo, más de cien años de involución en medicina a los que asistimos gracias en buena parte a Steven Soderbergh y Clive Owen como creador y actor principal, respectivamente. Ética médica, racismo, eugenesia, clasismo o falsa moral nos situarán en un periodo en que la medicina no era lo único que vivía tiempos de transición. Como remontarse a la llegada de la luz eléctrica o los primeros vehículos a motor que, con una exquisita producción para meternos de cabeza en aquel tiempo, empezaban a contrastar con los cuantiosos carruajes que pululaban por aquellas calles aún de tierra. Todo impacto visual es una propuesta naturalizada que recogemos con la sonrisa de la distancia; que disfrutamos porque la ambientación y su puesta en escena están milimétricamente cuidadas.

Los estómagos más sensibles quizá adviertan alguna intolerancia, aunque temo que la explicitud que nos asiste desde hace tiempo, tanto en cine como en televisión, dejen la pequeña observación en algo ridículo. Advertencia hecha, no obstante. Superado ese trance, todo es una escrupulosa implicación, yendo por el mismo camino, de la fidelidad que 'The Knick' guarda con las cambiantes prácticas médicas, particularmente llamativas se hacen las horas de quirófano, otro lujo de disposición escénica que nos remonta a los albores de la medicina moderna recuperando esa imagen que todos tenemos en mente del seguimiento con público, a medias curioso, a medias aprendiz, sus enornes salas quirófano y una exposición libre de trabas para el espectáculo de unos elegidos entre compañeros de profesión y prensa, con la oportunidad de convertirlo en un sistema directo de aprendizaje y divulgación. Un 'show', apunte en mano, para asistentes con pieles curtidas.

El abanderado de la serie y, como se ha dicho, uno de los grandes culpables de que tuviera lugar es el actor británico Clive Owen, puesto al frente de un elenco que responde con la misma excelencia. Owen es el doctor John Thackery, afamado y controvertido médico que concibe la medicina de la misma forma que un director de orquesta. Sus problemas de adicción serán parte recurrente en muchos de los episodios, que también verán reflejado el modo en que las drogas eran usadas y, hasta cierto punto, admitidas. La dirección de todos los episodios lleva el nombre del oscarizado Steven Soderbergh; su forma habitual de inmiscuirnos hacen de la cámara a menudo un testigo indiscreto antes que parte de la acción.

Serie modélica por derecho propio, un drama de época distinto a cualquiera en su idea de entretenimiento televisivo y de consumo adictivo -nunca mejor dicho, verdad ¿doctor Thackery?-. La distinción también la lleva por la forma elegida para dar carpetazo a todas las tramas. No es muy frecuente optar por terminar sin esperanzas, sin excesivas ilusiones encima de la mesa, con la mezquindad ganando por encima de la ética o la justicia. Poniendo en la balanza las aportaciones positivas de los personajes que componen el plantel con las negativas, gana el lugar que hay que dejar para la pena y la aflicción sobre las pocas alegrías que se permite para cerrar la historia, la corta historia que se nos posibilita ver del Knickerbocker.
Pero como diría el mismo doctor Thackery: el espectáculo debe continuar.