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Voto de John Dunbar:
4
Documental. Comedia Muchos hijos, un mono y un castillo son los deseos con los que soñó Julita Salmerón desde niña, y los tres se han convertido en realidad. Cuando el menor de sus hijos se entera de que su madre ha perdido la vértebra de su bisabuela asesinada, guardada a lo largo de tres generaciones, la familia emprende una divertida búsqueda entre los más peculiares y extraños objetos que Julita ha ido acumulando a lo largo de sus más de ochenta años. ... [+]
29 de abril de 2021
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bajo la denominación formal de documental se esconde una grabación casera, hecha con humildad, con cariño y hasta admiración. Julita, protagonista y matriarca de la familia Salmerón, se arranca exponiendo sus sueños de juventud, de apreciación y teórica consecución entre lo cotidiano y lo extraordinario, al menos para la mayoría de los mortales. Muchos hijos, un mono y un castillo, logros, por increíble que suene alguno, conseguidos. Y tras la breve exposición, acompañada de varios vídeos familiares que ayudan a ilustrar, se pone punto y final a la excepcionalidad ofrecida. Y la señora Salmerón pasa a ser un foco de atención particular entre lo familiar y lo burgués, mezclado con una sensación reiterada y agotadora, por contradictorio que parezca ante la opulencia, de vivir en la necesidad. Ese liviano síndrome de Diógenes que algunas personas mayores acusan -'¡no tires eso, que puede servir para algo!'- se apodera de la pantalla, se la come y pena y pereza se combinan entre cuantiosos recuerdos guardados en una caja y otros objetos adquiridos con más tiempo y dinero. Demasiado común, además de pesado, además de séptico, además de indiferente, para quien propone la idea de lo insólito y se conforma con lo más banal. Pero hay que reconocer, que a su manera esta familia, progenitores, hijos y nietos, sí son un clan particular, por convertir en sencillo lo que para nada lo es o en distraído lo que es aburrido, ajenos de prejuicios y particularmente complejos.

Otra cosa es que alcanzar unos objetivos, algunos de ellos de excepción, vivir felices e imaginamos que comer perdices, aunque sea en fiestas de guardar y que Julita Salmerón, hecha de su capa un sayo, nos cuente que le encanta la Navidad, por lo que el Belén ha de estar puesto en el jardín del 1 de enero al 31 de diciembre y los villancicos sonando, entre la distorsión y el fuera de lugar, en viejas cintas de casete, siendo su máxima preocupación, a las alturas de su vida, la forma exacta en que todo ha de transcurrir cuando llegue su hora de dejar este mundo, una justificación que, a título personal, entienda ha de ser suficiente como interés, no sé si decir didáctico.

No sé cuál es su pretensión y sigo sin saberlo. Puede que sea balsámico para sus protagonistas, ejemplarizante para los testigos o sirva como mero legado para descendientes. Lo desconozco. A pesar de lo apreciado de la filmación, cosa evidente, me aproximo más a la valoración de la propia Julita. ¡Señora, tenía usted razón cuando dijo que a la gente no le habrían de interesar ciertas cosas, y la exposición a documentar tendría que irse por otros caminos!
John Dunbar
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