Una película sensible (que no sensiblera), contada a través de la ternura y la inocencia de los niños y que tras la pérdida de parte de esa inocencia, la llegada de un nuevo profesor con la empatía necesaria supone una terapia reparadora, para los niños y para el propio maestro.
Por alguna razón, siempre tiende a ser difícil mover ciertos hilos de la manera adecuada cuando se trata de contar problemas cotidianos sin caer en la sensibilidad barata y en la lágrima fácil. Hay que tener cierto toque de sutilidad para ello. Y aquí el director-guionista lo consigue retratando con fragilidad un drama que forma parte de la misma vida como el descubrimiento a temprana edad de la muerte y además de manera trágica.
Una historia bonita y conmovedora por los niños y por el buen hacer de Mohamed Fellag como vehículo conductor que se convierte en algo más que un simple maestro y acompañada por una maravillosa música.