'La gran muralla', la película china más ambiciosa (en coproducción con Estados Unidos) cumple, para su desgracia, con ese refrán que dice que quien mucho abarca, poco aprieta. Funcional y resultadista, un desconocido Zhang Yimou se presta a la rimbombancia hollywodiense y cumple con el cometido magno de toda superproducción (150 millones) en crear una obra grandilocuente y espectacular. Claro, esto no siempre, de hecho, a menudo, va ligado al ofrecimiento de algo que realmente haya valido la pena, artísticamente hablando.
Cuenta con una estrella (Matt Damon), se desvive por ensalzar la figura del héroe redimiendo la imagen de un vulgar mercenario y hasta la taquilla a nivel internacional, después de todo, le ha sido bastante fiel y ha acabado saliéndole rentable. Sin embargo, las taras por las que no haya sido un éxito real y la crítica generalizada le haya dado la espalda habrá que buscarlas en su escasa habilidad para asociar el espectáculo a una idea original, algo que emocione y llegue al espectador sin un abuso masivo del mundo digital. No hay nada o casi nada que proporcione la sensación de novedad o esperanza en variedad de sorpresas, independientemente de momentos puntuales que pueda provocar el devenir de la acción. Se quiere repartir entre su obligación para con el espectáculo y su consideración para con la pasión, pero la devoción hacia lo primero anula cualquier intento real de equilibrar la balanza y conquistar por igual cuando, encima, ni siquiera consigue su épica soñada.
Y ahora la paradoja. Lo malo, es que me ha gustado. He disfrutado como un niño en una piscina de bolas en detrimento de sus carencias y su falta de riesgo, con su colorido, sus batallas orgiásticas y sus criaturas del averno en 3D, que junto a sus espectaculares planos aéreos te fuerzan a ser parte de la defensa de algo tan bonito y formidable como La Gran Muralla. Al final solo te importa a medias que sea una historia china puesta en exceso al servilismo americano.