El tradicional juego de despiste de protagonista culpable o inocente es en sí mismo atractivo. Tiene una relativa incertidumbre hasta casi el final y eso es bueno. Pero en realidad lo más atractivo de todo es ver el efecto que unos cuernos de macho cabrío son capaces de producir. Desnudan el auténtico pensamiento interior de cada uno mejor de lo que lo harían una borrachera y el secreto de confesión juntos, sin rubores, sin edulcorantes y sin remordimientos. Pero sólo para aquellos que sufran su reacción. Para el resto (entiéndase por el resto protagonista y sobre todo espectador) es un escándalo tan desproporcionado como divertido.
Daniel Radcliffe es demonizado en un "cuernos reales versus cuernos metafóricos" para que todo gire entre el abatimiento, sus dudas y la necesidad de venganza.