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Voto de John Dunbar:
6
Ciencia ficción. Acción Cada 5.000 años se abre una puerta entre dos dimensiones. En una dimensión existe el Universo y la vida. En la otra dimensión existe un elemento que no está hecho ni de tierra, ni de fuego, ni de aire, ni de agua, sino que es una anti-energía, la anti-vida: es el quinto elemento. (FILMAFFINITY)
1 de octubre de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La obra más relevante, que no la mejor, en cifras del director francés Luc Besson responde al nombre de 'El quinto elemento'. Su idea de realizar una cinta de acción futurista con tintes neorrománticos sobre la base mística de los cuatro elementos de la antigüedad (agua, fuego, tierra y aire), fue una idea vanguardista y positiva en su momento a tenor de los resultados. No obstante, no se aleja mucho de cualquier arquetipo estándar. Su originalidad se apoya más de lo que se piensa en una estética de campanillas que en un hilo argumental verdaderamente innovador.

Ese quinto elemento necesario de Besson para dar validez y continuidad a la existencia, entre la extravagancia de los diseños de Gaultier, los monstruos interplanetarios y hasta saltos en el tiempo, sigue siendo el amor. Y no puede haber ese elemento sin una amenaza potencial (Gary Oldman) que atente contra su presencia. De la misma manera que tira del socorrido antihéroe (Bruce Willis) para hacer frente a la mencionada amenaza, o crea a la otra parte imprescindible en forma de belleza femenina (Milla Jovovich) con la que conformar ese elemento.

Aunque parezca estar simplificado hasta su máxima expresión, Besson, como buen francés, también sabe del amor como motor, a menudo esencial, para narrar historias. La diferencia es que esta vez las contrariedades del romanticismo no se siembran en la ciudad de la luz a orillas del Sena, ni los personajes son dibujados para la eternidad por Truffaut o Godard. La cuestión es que es descrita mucho más artificiosa que todo eso y termina por ser de lo más convencional.

Por más que vea 'El quinto elemento' no seré capaz de recordar grandes cosas, más allá de distinguirse por su gran diseño de producción. Siempre conseguirá que se me queden antes en la retina los detalles superficiales como el espantoso corte de pelo de Gary Oldman, el tinte rubio de Bruce Willis o la mirada cristalina de Milla Jovovich. Del mismo modo que la belleza de Leeloo minimiza su escasa fluidez verbal, la banalidad de su guion es sustituida por poco más que fuegos artificiales y coches voladores.

Tuvo su momento. Ahora es como un jarrón chino.
John Dunbar
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