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Voto de John Dunbar:
10
Cine negro. Intriga Un agente de la policía de narcóticos (Heston) llega a la frontera mexicana con su esposa justo en el momento en que explota una bomba. Inmediatamente se hace cargo de la investigación contando con la colaboración de Quinlan (Welles), el jefe de la policía local, muy conocido en la zona por sus métodos expeditivos y poco ortodoxos. Una lucha feroz se desata entre los dos hombres, pues cada uno de ellos tiene pruebas contra el otro. (FILMAFFINITY) [+]
6 de julio de 2022
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Orson Welles, talento incuestionable y multifacético, de reputación un tanto díscola, pergeñó en 1958 una de esas obras que solo el tiempo es capaz de colocar donde verdaderamente le corresponde. Marcada como el cierre del considerado clásico cine negro, destapa en su deslumbrante fotografía en blanco y negro llena de claroscuros, los exponentes que definen ese parcialmente desatendido estilo que brilló sobremanera en los años 40 y 50 del pasado siglo. En efecto, la atención nos lleva en lo geográfico a la frontera entre México y Estados Unidos, aunque es en cuestión de dignidades donde residen las diferencias y buena parte de los resultados. Se aviene como puntal sobre el que se instala un relato policial de corruptelas e integridad, sin ambages ni distracciones que perviertan allí donde pone su atención.

A pesar de una construcción soberbia en el ritmo y en la capacidad de seducir sus entretelas, la película no funcionó, previa deriva en complejidades e intereses varios en su producción final. Sin embargo, como antes decía, el tiempo supo hacer de juez y darle lo que no se le supo dar en su momento. Se la recuerda, entre otras muchas cosas, por ese largo plano secuencia con el que abre, excepcionalmente rodado, en donde el seguimiento de la cámara presenta, básicamente, a los dos personajes a quien otorgar la cara y la cruz, así como el detonante que comenzará a deslizar el quién es quién de ese lugar fronterizo, a Heston como el policía mexicano Vargas y a Welles como el comisario Quinlan.

Su entrada en escena no es la única prueba de que la cámara se convierte en papel fundamental. Fija o en movimiento, cerca o lejos, permanentemente juega con las alturas buscando la forma de parecer un testigo oculto en la sombra, un espía insospechado que descubra la realidad por encima de todo de quién es el hombre tras Quinlan, algo que encajará con intencionalidad perceptible cuando lo que se quiere contar es la perfidia desde el lugar no indicado, o al menos, el no esperado.

Orson Welles es a Hank Quinlan como un vaso de whisky es a menudo a un hombre herido por la vida, prácticamente derrotado, perdido en el fondo del mismo como fiel y nocivo compañero. La obesidad por la que se dejó llevar el célebre actor y director con los años se deja ver como el matiz idóneo para el perfil de ese adulterado vigilante de la ley, un cacique de placa impostora y actitud adversa, justo lo contrario que se persigue con Vargas, la horma de su zapato encontrada bajo su mismo oficio, ese buen hombre al que todo salpica preguntando por su decencia y entereza cuando a la fuerza ahorcan. Tras ellos, completan el reparto sobre todo dos nombres propios: Janet Leigh como esposa de Vargas, pieza de tentación en la disputa entre ambos policías y la alemana Marlene Dietrich, asistente de lujo para el augurio final.

Elocuentemente expresionista, es paradigma de que en el cine negro, al contrario que en otros estilos del género policiaco, no existe la sombra de la duda, solo el arte de contar lo que ya vemos como el desafecto de quien ya ha perdido.
John Dunbar
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