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Voto de John Dunbar:
8
Drama Adonis Creed se debate entre las obligaciones personales y el entrenamiento para su próxima gran pelea, con el desafío de su vida por delante. Enfrentarse a un oponente que tiene vínculos con el pasado de su familia solo intensifica su inminente batalla en el ring. Afortunadamente Rocky Balboa está a su lado a lo largo de todo el camino, y juntos se cuestionarán por lo que vale la pena luchar y descubrirán que nada es más importante que ... [+]
12 de mayo de 2021
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Muchas han de ser sus virtudes si después de tanto tiempo sigue aguantando los golpes y una de las cosas que se pueden sonsacar, es que evoluciona con tanto sentido como deseo. El viejo Rocky ya no es quien se enfunda los guantes y sube al cuadrilátero, pero quien le pone el alma, el viejo Sly, sí. Su influencia en el guion sigue siendo fundamental para que la regeneración no sufra un desgaste excesivo y todo tenga una extraña mezcla de sensaciones, en donde lo añejo continúa pareciendo nuevo.

'No importa lo fuerte que golpeas, sino lo fuerte que pueden golpearte' proclamaba el gran Rocky con validez más allá del ring, algo adaptable a su propio mito ante las numerosas veces que todo ha parecido terminar y de nuevo se ha acabado levantando de la lona. Cuando Rocky pasó a ir acompañado de Balboa, gracias al ánimo de seguir acrecentando su leyenda, cambio de siglo mediante, pocos imaginaban que eso no supusiera el fin de ciclo definitivo (esta vez sí) del famoso boxeador de ficción. Se equivocaban. Al paso primero del relevo generacional en la familia Creed, años más tarde, la saga original se recupera para la causa y se reencuentra consigo misma, desempolvando del baúl de los recuerdos como quien dice, al que probablemente haya sido el mayor antagonista del púgil de Filadelfia. El viejo enemigo, el gran Iván Drago (Dolph Lundgren) emerge de entre las neblinas del pasado, con el ansia de la revancha, masticando durante todo ese tiempo su sed de venganza, transmitido a una nueva promoción. Un déjà vu sabiamente tuneado con otras caras y otros nombres sobre el cuadrilátero, utilizados como puente de enlace directo a ese tiempo en que el bloque comunista implicó un activo subliminal, para que Balboa hiciera en 1985 algo más que vengar la muerte de su amigo y rival Apolo. Se gestó en la cabeza del ninguneado como intérprete Stallone (nunca ha sido Brando ni Olivier, O Pacino por mencionar alguno de sus contemporáneos), la oportunidad de abrir horizontes más allá de la frontera. Bien hizo, para entonces y casi mejor para ahora, desde la seguridad de que nadie tuviera en aquellos días capacidades visionarias vislumbrando un revival futuro, lo que supondría sacarse de la chistera a una mole venida del frío, de nombre Ivan y de apellido Drago. Constituyó un nuevo golpe de efecto (el 4ª) que tumbó para siempre al gran Apolo y parecía cerrar definitivamente, entonces, cualquier relación con Rocky.

Sin embargo, nos plantamos más de tres décadas después (y de cuatro si contamos desde que lo conocimos en 1976) y el nombre de Rocky Balboa sigue golpeando, demostrando que sí sabe aguantar los golpes como ninguno aunque sea encomendándose a otro nombre. Con Adonis, hijo natural y profesional de Apolo, se abrió una nueva ventana en la franquicia, con tanto o mejor resultado que su señora madre (o más bien su señor padre). Si alguien tenía dudas, más o menos objetivas, de cómo podría tirar para delante esto, deberían haber quedado disipadas. La incursión de nuevo de Stallone en la elaboración del guion, tras un paso ausente al respecto con el primer Creed sin que por ello se viera vulnerado el resultado final, ha brindado la ocasión de continuar como si nada hubiera cambiado. El tiempo ha pasado y los compases del gran Bill Conti hace mucho que dejaron de sonar, pero los ecos del mismo y de la legendaria figura principal siguen estando intactos.
Entrega, garra, sacrificio y mucha ilusión han sido heredados en las manos de Adonis Creed (Michael B. Jordan) con la misma fortuna que, el hoy, su preparador. Y en frente, vuelve a estar otro Drago, de nombre Viktor, más grande, más fuerte, pero menos convencido que su padre. Nada que suponga óbice para que la leyenda, además de seguir viva, siga suponiendo una emoción brutal.
John Dunbar
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