El texto y dirección de esta película corre a cargo de Kenneth Lonergan que, a ritmo de adagio, va comunicando al espectador el drama que determina las relaciones humanas de los personajes que pueblan su obra. Personajes torpes en palabras, casi alexitímicos, que expresan torpemente su dolor a través de silencios, de gestos airados que parecen solicitar el castigo físico o del recurso a la embriaguez. Vuelven a la vida en penitencia de una culpa no resuelta, de deudas pendientes de perdonar. Son personajes lazarianos como aquellos que dibujaba Jean Cayrol en algunos films de Alain Resnais como la inolvidable Muriel. Personajes que representan personas que tienen que volver irremediablemente a la vida después de su contacto con la muerte y, peor aún, desde experiencias terribles e inasumibles. Lázaro entre nosotros. Sin embargo los rescata algo que se presenta como más fuerte que los fantasmas destructivos: los compromisos humanos que son capaces de crear islas de sosiego en medio del mar proceloso del dolor. Comprometerse significa responder a pesar de las ganas de huir o destruirse. Es la mano extendida del amor frágil pero fuerte como la muerte.