Película dirigida por Isabel Coixet, responsable también del guión que adapta la novela de Penélope Fitzgerald. La obra tiene el sello de delicadeza, ritmo narrativo preciso, sensible elección del entorno que acoge la historia y respeto por los personajes propio de esta excelente realizadora que se aproxima a temas difíciles e hirientes de la experiencia humana a través de individuos marcados por trágicas adversidades pero firmes en sus convicciones morales. La belleza estética reposa en el valor moral de sus personajes que destacan sobre el fondo de una naturaleza esperanzada en su liberación. La protagonista acoge la parte personal del drama de la guerra que le ha tocado vivir en una soledad fertilizada por la lectura. La compañía de los libros es ambivalente aunque permanece como algo incuestionado hasta el momento. La lectura tiene la capacidad de adelantarnos en el espacio y el tiempo llevándonos a lugares y momentos a los cuales nuestro tránsito por la vida nunca nos conduciría al paso lento y convencional. Nos hace plantear reflexiones inusitadas, cuestionar nuestro modo de vida, modificar nuestra forma de elaborar los pensamientos y concebir mundos ideales a los cuales dirigirnos. Pero toda esta apariencia de rica estimulación puede contener un fondo de alienación, de extrañamiento del mundo propio que llegaría por cauces tranquilos hacia fines posibles. Podríamos aplicarle el comentario que Rainer María Rilke hacia sobre el efecto de la música sobre el ánimo de Malte Laurids Brigge. Lo trasladaba fuera de sí para devolverlo más abajo de donde lo había tomado, en lo inacabado. Volver del texto a la vida no es sencillo pues la vida está inacabada y en continuo riesgo de descomposición. La aventura de la protagonista sucumbe ante el empuje de la envidia, la ambición y la injusticia. Ella permanece impertérrita en su sereno estoicismo y deja la retribución a la siguiente generación que opta no por la justicia sino por la venganza. Curioso final.