"Los argentinos somos derechos y humanos" fue una consigna repetida hasta el hartazgo por una clase media que, mientras pudo irse a Miami gozando de la llamada "plata dulce" apoyaron sin reservas a la Dictadura. Y, precisamente para lavar la mala conciencia de esa clase media, a principios de los 80 una vez caída la Dictadura es que se hicieron películas como La noche de los lápices, La historia oficial o esta donde los personajes son más planos que una tabla y el planteo absolutamente maniqueo. Los represores son una horda de sádicos psicópatas y los reprimidos unos pobres inocentes que no saben porque están en esa situación.Este tipo de películas disgusto a los propios militantes que lo vieron como una falta de respeto hacia los compañeros caídos lo que llevó al hermano de Claudia Falcone -una de las víctimas de la noche de los lápices- a denostar la película de Olivera porque "mi hermana era un cuadro militante no un perejil". Del mismo modo, aquí se omite el hecho de que Tamburrini era militante comunista para acentuar el carácter aleatorio de su detención. Las cosas fueron mucho más complejas y se reflejaron mucho mejor en obras como Garaje Olimpo, de Marco Bechis, donde se muestra que en realidad los grupos de tareas tenían una labor específica y la cumplían casi como si se tratara de un trabajo de oficina incluso marcando tarjeta de ingreso y de salida (es que como dijera Alain Resnais a propósito de su "Noche y Niebla" "lo más terrible no es el torturador sino el que toma notas a máquina de los interrogatorios") algo que ya había mostrado años antes Tato Pavlovsky en "El Señor Galindez". O "Infancia Clandestina" de Benjamín Ávila, donde muestran que no todas las víctimas eran tan inocentes. U "Operación México, patria o muerte" de Leonardo Bechini, entre otras. Salvo un par de escenas, donde se nota el oficio de Caetano estamos ante una historia por demás previsible que no agrega nada nuevo lo ya visto en muchísimas otras películas sobre el tema.