Plácido Domingo y Julio Iglesias no contaron conmigo. Cantaron "Soñadores de España" ellos dos solitos, y nunca se lo perdonaré. Sé que resultadel todo improbable que en el año 1962, dos actrices como Capucine y Barbra Sandwich se saltasen todas las previsiones y nos dedicasen un piquito o una mirada lasciva (tampoco estoy pidiendo un desenfreno de jugos y dildos), sobre todo teniendo en cuenta que esa sería una famosa página del anecdotario sexual del cine, donde yacen ilustradas con letras de oro otras escenas menos sorprendentes como la protagonizada por Susan Sarandon y Catherine Deneuve, o las tetitas al viento de Silvia Pinal en Simón del Desierto, pero mi carácter soñador me traicionó, y pensé que pudiera ser, quién sabe, no sé si el que suelta plutonio es el segundo o el tercer reactor, así que...

Pues bien, ni piquito, ni mirada lasciva, ni tan siquiera una frase picante.

Ya pasé la edad del pajillero desenfrenado tipo mono hace muchos años, pero un regalito erótico festivo sutil, sin gimnasia genital, un simple apoyo verbo-visual, un oasis en el desierto del látex, la silicona y la piel bebé, así, para desintoxicar, yo qué sé, cagüenlaleche.

Total, que en una historia de lesbianas, no hay espacio para el erotismo porque al puto Dimitri este le da por hacer una buena película con la inteligencia suficiente para evitar la censura, las dudas y los mentes sucias: lo que hay está claro, y ni se puede discutir, ni se puede interpretar, ni nada. Son lesbianas. Punto pelota. Y si no fuese por el protagonista, podría haber sido incluso un peliculón. Aquellos putos artesanos...