La huella es una de esas películas que, nada más terminar de verlas, deseas que se borre de tu cabeza para poder seguir aspirando a la felicidad que, desgraciadamente, el propio film te ha usurpado de la forma más rastrera. Creo, francamente, que esta película forma parte de un complot internacional para hacer a la gente más infeliz y para truncar toda expectativa real de realización personal.

Inicialmente no quedan más que cenizas y un cierto sabor metálico en el paladar, luego viene la reflexión y acuden imágenes de lo visto que te despiertan sudoroso a media noche, que causan las peores pesadillas. Deseas volver atrás, a los minutos anteriores a la entrada en el cine, pero ya no hay remedio. Tienes que cargar con la negra sombra de haber visto esta basura el resto de tu vida y, dignamente, mantener la cabeza alta aunque la sociedad te señale y se burle de ti por caer en una bajeza tan abyecta.

El visionado de esta película no es apto para personas cuya dureza espiritual no esté francamente comprobada y que sepan, de antemano, que podrán superar todas las penosas imagines y diálogos truncados y lamentables que rellenan los grises minutos de filmación.