Siempre me he debatido entre El Castillo Ambulante y La Princesa Mononoke como mis producciones favoritas de Ghibli, pero últimamente estoy tendiendo muy seriamente hacia ésta que nos ocupa.

La razón es que el mensaje es mucho más ambientalista, defendiendo a capa y espada un equilibrio entre el hombre y la naturaleza muy recurrente en las películas de Hayao Miyazaki. En esta cinta ése conflicto se traduce en una guerra abierta y absolutamente literal entre las criaturas del bosque y unos humanos que pretenden aumentar su capital y poder militar mediante la destrucción de un territorio eminentemente natural.

En ése contexto aparecen Ashitaka y Mononoke, dos personajes que aparentemente estan en bandos opuestos pero que, realmente, representan el punto en el que ambos se tocan. Así, la hija de Moro, la loba guardiana del bosque, es una humana que fue criada por lobos, y Ashitaka desafía a la raza a la que pertenece para defender la paz entre el bosque y los humanos. La relación entre estos dos personajes es quizás la historia de amor más sutil que he visto jamás, pues ambos poseen intereses comunes pero hay algo infranqueable que los separa: uno pertenece a la ciudad y el otro al bosque. Limar esa frontera es lo único que les permitirá estar juntos, de un modo u otro.

El apartado visual es, como siempre, un derroche de efectos clásicos y de paisajes naturales indudablemente hermosos. Así sucede en aquel lago oculto bajo los árboles en el que Ashitaka ve por primera vez al Espíritu del Bosque, o en el prado ganado por el bosque en el que se tienden Ashitaka y Mononoke. La música es también especialmente cuidada, y los recursos sacados del folklore japonés (como los Kodamas, simpáticos entes de los árboles) simplemente deliciosos.

Absolutamente perfecta, una de las más oscuras de Ghibli pero aún así disfrutable a todas las edades.

10/10