Creo que es definitivamente imposible que una película de Harry Potter pueda dejar completamente satisfecho a alguien. Fíjense que he dicho “satisfecho”, que no “fascinado” o “impresionado”. Ya no sé a quién echar la culpa de ciertos errores relativamente graves... ¿Debe ser el director, David Yates, el único imputado? ¿O los productores? Porque en esta última entrega de la serie, el único -y no por ello despreciable- fallo catastrófico, es algo tan “simple” como el no haber sabido elegir los trozos del libro que adaptar, especialmente hacia el final de la película. Y créanme cuando les digo que soy el primero en hacer la diferenciación más importante a la hora de criticar el film: tener plena consciencia de la obra cinematográfica, y no de la literaria.


Todo comenzaba de manera convincente. Desde el principio, intuíamos que la intención de Yates era doble: por un lado, “humanizar” a nuestros queridos magos adolescentes (algunos dirán que esto parecía una comedia romántica); por otro, mantener el ritmo correcto todo el metraje. Se quedó a medias en su empresa...
Si bien la primera hora y media (esto es, más de la mitad de la película) resulta entretenida, divertida y fresca, a medida que avanza hacia la conclusión, pierde gran parte del interés. Ese es su principal error: la mala administración de la tensión. El final se hace estéril, forzado, cercano de la ingenuidad. Es necesario aquí mencionar la no correspondencia con la obra literaria. Sí, ya sé que dije anteriormente que no turbaría mi juicio comparando el film con la novela... A menos que, como en este caso, el no adaptar los sucesos del escrito conlleve realizar un flojísimo final. Si los productores -porque el Señor Yates, me temo, poco tenía que decir aquí- hubiesen inventado su propio final magnífico, les aplaudiría por ello. Pero no es así; en su lugar han optado por eliminar, sin ningún sentido, uno de los pasajes más espectaculares de Rowling para la conclusión de la película.


Respecto al resto, como suele venir ocurriendo en la saga, todo es correcto, ni más ni menos. Destacan las interpretaciones de Rupert Grint (Ron Weasley), Jim Broadbent (Slughorn) y el siempre maravilloso Alan Rickman (Severus Snape). El guión de Steve Kloves (que “cedió” su puesto en la entrega precedente al nefasto Michael Goldenberg) es normalito, si bien tiene solidez argumental y algunos “chistes” especialmente graciosos. La fotografía es curiosilla, y los efectos especiales destacan, como siempre, dando ese aspecto “mágico” a la película.



En resumen, “Harry Potter y el misterio del príncipe” podría haber sido la mejor cinta de la saga del mago, pero algunos errores de cierta gravedad impedirán que sea recordada por este mérito. Sin embargo, en términos generales es entretenida, divertida, y aunque puede hacerse un poco extensa para un público inexperto en esto de los hechizos, merece la pena echarle un vistazo.