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Voto de PETER COHELET:
9
Drama. Romance Japón, mediados del siglo XIX. Seibei Iguchi es un samurái de bajo rango que trabaja como burócrata. Viudo, vive con sus dos hijas, a las que adora, y con una madre ya senil, por lo que se ve obligado a hacer otros trabajos para poder sacarlas adelante. Una nueva oportunidad se presenta en su vida cuando se entera de que Tomoe, su amor de siempre, se ha divorciado de su cruel marido. Sin embargo, el rígido código de honor de los ... [+]
31 de marzo de 2011
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Los hombres como yo (se lo confieso sin el menor atisbo de vanidad) estamos condenados a sorprender a todo el mundo. Dígamelo ya, amiga mía, ¿a cuántos hombres como yo ha conocido usted? ¿Doce? ¿Cuatro? ¿Cinco? ¿Ninguno? Le aseguro, sin embargo, que no soy un ejemplar único. No hay muchos, lo reconozco, pero hay otros. Sé positivamente que los hay. Aquí mismo, en esta gran ciudad, disfrazados de empleados de banca, de fontaneros, de conductores de autobús o de odontólogos, por citar sólo unas cuantas profesiones.” (Javier Tomeo)

“Un hombre entre mil sí lo encuentro” (Cohélet)


Blaise Pascal decía que, en ocasiones, uno tiene la suerte de encontrarse con personas que parecen autores. Hollywood, por su parte, acostumbra a ofrecernos personajes como el maestro Miyagi: seres aparentemente anodinos pero que esconden, bajo su apariencia vulgar, talentos únicos, capacidades hiperdesarrolladas y poderes casi sobrehumanos.

No es a esta especie de superhombres de paisano a lo que se refería Pascal, sino a personas sensatas, de espíritu crítico, que caminan por la vida con los ojos bien abiertos tratando de entender el mundo que les rodea. Personas de buen sentido y auténtico criterio que, por esto mismo, brillan con luz propia sobre el resto.

“El ocaso del samurái” es una excelente película, cargada de belleza y poesía, que aborda con acierto la figura de uno de esos seres excepcionales: un samurái de clase menor, lo que vendría a ser un hidalgo español empobrecido como lo fue, por ejemplo, el personaje de Cervantes, que, en el contexto de un sistema feudal en decadencia, consigue, con aparente sencillez, hacer fácil lo más difícil: dar sentido a la Vida y, dejando a un lado la desesperación y el desaliento, aceptar su propio destino.

Las miserias de la vida en sociedad, la tiranía del poder, el sufrimiento de los débiles, el desprecio y la burla de la comunidad sobre el individuo aislado o la sordidez de la pobreza son cuestiones magistralmente mostradas a través de los esfuerzos de un hombre por sacar adelante a su familia. Un hombre que ha conseguido, en medio de su sacrificio, interiorizar valores como la lealtad, el deber, el honor, el valor o la bondad y que a buen seguro hace suya la afirmación de Pascal.
PETER COHELET
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