Frenética, excesiva y larga película del director neoyorquino que aborda la carrera profesional de Jordan Belfort (Leonardo Di Caprio), un corredor de bolsa que, a punta de estafas y engaños a inversores, construyó un estilo de vida desenfrenado y sumido en los excesos: drogas, prostitución, lavado de activos, gastos absurdos de dinero, etcétera.

A decir verdad me cuesta un poco de trabajo comprender el “mensaje” de la película. En teoría sería la trillada frase de “el crimen no paga” pero durante dos horas y pico (la película dura tres) se hace una apología a un estilo de vida antiético, sibarita y cínico donde los lujos y los desenfrenos son absolutos. Cuando los espectadores dicen que la película es delirante, se refieren específicamente a ese segmento de la historia. Pero la lección de vida moralizante es desarrollada de una manera muy plana y rápida.

En criterio del suscrito, una película así no explica las posibles consecuencias de un estilo de vida basado en el enriquecimiento rápido y en la vida desfachatada que ofrecen los caudales de dinero que se conseguirán. Su mensaje sería algo así como: “Puedes devorar a quien te plazca, siempre y cuando seas lo suficientemente ágil para que no te descubran” y esto es, apreciado(a) lector(a), el cáncer que consume a las sociedades latinoamericanas en especial la mía, Colombia. Quienes conozcan algo de la cultura traqueta, sabrán a qué me refiero.