La saga del asesino más duro de pelar sigue cayendo en picado desde la cuarta (la última efectiva) y en esta ocasión se ofrece un guión todavía más insulso. La obra (con perdón de la palabra) se divide en dos tramos: Jason liándola en un crucero y Jason haciendo perrerías en los barrios bajos de Manhattan. Eliminando uno por uno a unos sosos personajes que articulan unos diálogos soporíferos. Existen muchas escenas que se alargan innecesariamente y algún guiño humorístico que pretende hacer gracia pero que a la altura en la que lo vemos nada corrige nuestra cara de desidia. Es un subproducto por el que no merece la pena gastar hasta 100 minutos de nuestro tiempo.

La fotografía está bien, hay que tener en cuenta que es una película casi de los años noventa. Pero parece realizada en breves días, como si se tratara de una cinta de serie B. Con mucha menos pasta se hacía una cosa interesante en esta saga y el interés de la audiencia no decaía. En esta lo realmente meritorio es cogerle algo de ganas.

Las alucinaciones en las que se ve a Jason de pequeño pretenden aportar un mayor dramatismo a la historia, pero a la vista del espectador y después de tantas ediciones no le supone absolutamente nada. Ni siquiera ese bizarro final que comento en spoiler.