Tiene todos los ingredientes para enganchar al espectador hambriento de aventuras: miedo, nieve, caballos, espadas, cuerpos troceados, decapitaciones, paisajes espectaculares, decorados mágicos, violencia, actores espléndidos…

Lo cierto es que es televisión, pero parece cine. O quizá sea cine que nos venden como si fuese televisión. En cualquier caso, la cosa funciona, y la comparación con otras series fantásticas de ambientación medieval es terrible: en “Juego de tronos” todo resulta creíble, desde los escenarios naturales a los protagonistas, pasando por las tramas, los diálogos y las interpretaciones.

Basada en la serie de novelas “Canción de hielo y fuego”, escrita por George R.R. Martin, “Juego de tronos” se desarrolla en una época ficticia que podría ser una edad media con toques fantasticos. Los enredos son constantes, y se entrecruzan tanto como las ambiciones y odios de diferentes familias, que generalmente aspiran a recuperar algún trono que les perteneció. Añádale a este complejo hilo argumental multitud de personajes en el abismo, que hoy son bondadosos y mañana auténticos bastardos. Y que entran y salen de la serie con enorme facilidad, puesto que la vida no vale nada en estos tiempos convulsos.

Son tan brutales las historias de “Juego de tronos”, tan salvajes los protagonistas, que en las lenguas de algunas familias no existe la palabra “gracias”. Las escenas de violencia y de sexo explícito, así como el lenguaje realista, hacen que no parezca una serie para mayores de 16.