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Santo Tomé y Príncipe Santo Tomé y Príncipe · Villacanicas del Hoyo
Voto de McCunninghum:
9
Drama. Romance Un granjero (George O'Brien) convive felizmente en el campo con su esposa (Janet Gaynor). Pero la aparición de una seductora mujer (Margaret Livingston) de la ciudad hace que comience a enamorarse de ésta, y a pensar que su mujer es un estorbo que se interpone en la felicidad entre él y su nueva y sofisticada amante. (FILMAFFINITY)
10 de abril de 2010
32 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existe una teoría que dice que ver películas es ver al tiempo la historia del cine y la historia del mundo.
Amanecer, la primera película americana del maestro alemán Murnau, es sin duda una de las obras cumbres del cine mudo de los orígenes. En ella, la técnica de la imagen (el marco) y el montaje se hacen intensamente modernas: ésta, con el Octubre de Eisenstein del mismo año de producción, son ejemplos fundacionales de un cine ya no primitivo, ya no ingenuo ni inocente. Un cine que sabe lo que se hace.
Todos los cánones (hasta el más moderno de Rosenbaum) la incluyen en su lista Top 10. Y lo cierto es que Amanecer es una gran película, emocionante y sorprendente, que aún hoy en día conserva su valía en la historia del cine. Seguramente, sea uno de los primeros casos de tragicomedia filmada Pero, allende su saber hacer fílmico y su ejemplaridad narrativa, perfecta y circular, habría que preguntarse por el mundo que Murnau desvela e interpreta: mantener una relación viva con el filme, y no anestésica. Esa es la lección godardiana sobre la historia del cine: la de que, tras las imágenes ya muertas, fluye un mundo aún vivo, siempre.
El expresionismo tenía un principio: “La vida no orgánica de las cosas, una vida terrible que ignora la sabiduría y los limites del organismo.” Este principio, enunciado por Deleuze en sus escritos sobre el cine y la “imagen-movimiento”, es el que alimenta a las figuras de lo no muerto: Nosferatu, El Golem; y del mal: Dr. Mabuse, Dr. Caligari, Mefistófeles, pero también a la propia naturaleza, en las dualidades vida-muerte, luz-oquedad (una oscuridad viva), interior-exterior. Y ahora, en términos de urbanismo: campo-ciudad.
Amanecer reactualiza los mitos del romanticismo alemán para el gran público americano, transformando la dialéctica en maniqueísmo. Así, la historia que nos cuenta es la de un personaje que, como Fausto, vende su alma para luego, tras su temporada en el infierno, arrepentirse y redimirse. Sólo que, en lugar de al diablo, se la vende a una Morena que, con propiedad, puede decir lo que Mefistófeles: You are all mine? Esta Morena es lo nuevo no orgánico, lo nuevo no muerto: la Ciudad. En ella se simboliza el mal de la modernidad técnica, y por eso la de Murnau es la ética del campesino: Murnau era el más romántico de todos los expresionistas como Berg era el más romántico de los dodecafonistas, invadidos de un natural sensualismo apegado a la vida agraria. Este reaccionarismo antimoderno es el pilar de la filosofía alemana de los últimos 20, aquella sobre la que fermentó la ulterior ideología nazi: en 1927 Heidegger publica “Ser y Tiempo”, donde analiza las vicisitudes del sujeto moderno, tentado por la técnica (esa Morena) y caído en la nada existencial. Tesis que Murnau parece ilustrar con Amanecer: necesario es caer para volver a alzarse. Un gesto de resiliencia incólume: los orígenes no pueden perderse, no hay que caer en la tentación. Su siguiente film yanqui se titularía: Tabú.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
McCunninghum
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