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Santo Tomé y Príncipe Santo Tomé y Príncipe · Villacanicas del Hoyo
Voto de McCunninghum:
8
7,2
968
Documental Wim Wenders se acerca hasta el universo creador y el paisaje vital de Yasujiro Ozu, uno de los pilares fundamentales del cine japonés. Pero el realizador alemán no se limita a reflejar lo que inspiró a Ozu, sino también a radiografiar un país en continua metamorfosis. (FILMAFFINITY)
27 de abril de 2010
17 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
La crisis de la modernidad, enunciada de forma definitiva por Lyotard en 1984 en su texto La condición posmoderna, se caracterizaba por la “descomposición de los Grandes Relatos”. Era del masaje y el simulacro, lo propiamente postmoderno es lo que Jameson, hablando en heideggeriano, considera la “ocultación de la cuestión del ser”. ¿Qué quiere decir con esto? Remitiéndose a la idea de la verdad como aletheia (del griego: des-ocultación), Jameson refiere un momento histórico en que aún se tiene la percepción de algo que está oculto y por descubrir. Tal idea es indudablemente de índole marxista y todavía alberga la esperanza del sentido. Por descubrir o recuperar. Veremos, en adelante, que tal ocultación es finalmente olvidada en la requetemodernidad, donde no tiene –la verdad- ninguna importancia en absoluto.
Sin embargo, antes de ello, nos detendremos en un momento muy significativo, y que provoca fecundas resonancias con la pregunta que inicia esta modernidad desértica y depresiva. A saber, el qué debo mirar de Vitti/Antonioni. En concreto, en el filme de Wim Wenders Tokio Ga, realizado en Japón alrededor de la figura de Ozu en 1985. Dos años antes, tiene aquí su interés mencionarlo, Wenders había realizado su película en el desierto americano, como hiciera Antonioni. Preñado de melancolía, ubica a su personaje en busca de su mujer y su hija perdidas en un lugar de la frontera de Texas y Méjico, llamado París. Si bien, como ahora comprobaremos, Wenders no se atreve a transitar el desierto, sino que prefiere congelar el tiempo, embellecer el espacio, anonadarse en la imagen. Con el subconsciente colonizado por loa americanos, como haría decir al profesor de Lengua en su film En el curso del tiempo (75), Wenders anhela la venida, otra vez, de la Gran Imagen, del Gran Objeto. En Tokio Ga, como apuntábamos, hay un momento muy sintomático, en el que Wenders plantea justamente el problema que nos concierne. Subido a un elevado mirador con forma de pirulí, Wenders dialoga con Werner Herzog. Quejumbroso, mira a través del cristal y le dice a Herzog: “Ya no hay nada que ver…”, que el mundo ha desaparecido ante nuestros ojos. Observando el skyline de Tokio, Wenders asegura que ya no hay imágenes que valgan la pena, que no es como con Ozu, con Ford o con Renoir. Evidentemente, Wenders habla más de sí mismo que del estado del mundo: hay un mundo, pero a él no le gusta. Herzog, más o menos estupefacto, se le ríe en la cara disimuladamente, con una mano se tapa la boca, con la otra señala hacia fuera. Wenders, en el desierto del mundo postmoderno, se muere de sed. Herzog, que no ha hecho otra cosa que intentar atravesarlo (Fata Morgana, Donde sueñan las verdes hormigas, Lecciones de oscuridad), sólo tiene un lenguaje: el de la supervivencia. El León ruge, el Niño, ríe.

(continúa en Gerry)
McCunninghum
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