Consigue mucho con muy poco. Es un retrato demasiado real, para no ser un poco cruel, pero a cambio nos enseña una buena lección acerca de la distancia que hay entre el idealismo y sus vestigios a través de la heroicidad de lo cuotidiano. Su banda sonora es adecuada y comedida, y su juego de colores, que desafía los cánones tradicionales, tiene un sentido simbólico impoluto. Es una película que pone a prueba la sensibilidad del espectador, sin cursilerías pero con todos los ingredientes básicos para que podamos empatizar con las devociones de sus personajes. Su poder más loable radica en ser un retrato atemporal, que defiende el amor a 'pesar de', que recupera el sentido del verbo esperar, y teje como única solución, la esperanza, en un mundo sin opciones. Una mirada crítica al presente a través de la cultura de la conservación y a la promesa de sencillez de hallar una vida inequívocamente controlada.