David O. Russell se ganó el respeto de la crítica americana con su “ópera prima” Spanking the monkey, una buena película independiente arropada en Sundance. Desde entonces sus personajes, seres que no encuentran su espacio en las vidas que ocupan, con mayor o menor acierto, han sido constantes en su filmografía, incluyendo este punto de inflexión que es “El lado bueno de las cosas”, donde parece que ha llegado a una madurez, y aunque a pesar de ciertas licencias que se toma en esta película, su cine ha seguido una trayectoria un tanto coherente. Y no nos engañemos, por ahora no se ha vendido, es un éxito porque detrás anda produciendo los Weinstein que le han dado mayor presupuesto y nombres famosos como reclamo comercial, pero si hubiera sido independiente hubiera pasado con más pena que gloria, aunque no creemos que hubiera repercutido en su calidad. Este encumbramiento académico de Russell (con más éxito que con “The fighter”) puede que origine un cambio en su cine. No sabemos si querrá seguir una línea personal de narrador como en antaño acostumbraba Kasdan, adaptador de novelas de Christopher Bram, o seguir por el camino iniciado, pero lo cierto es que sus personajes han crecido y es un hábil narrador en contar historias supuestamente cómico-románticas pero que se alejan de los típicos productos de este género. Su cine sigue siendo pequeño, intimista y con evidentes formas que nos remiten a su pasado de cineasta “off”. Y la mayor recompensa que se encuentra en la película es esa, que Russell indudablemente destaca como autor por encima de otros creador@s que intentan hablar de seres que pretenden encontrarse, sea en onda Coixet o en modalidad John Patrick Shanley. Su buen guión se apoya en un ajustado y preciso reparto, donde todos sus actores, desde el primero al último, desarrollan con eficacia sus personajes, incluso Robert De Niro se aleja de sus últimos estereotipos, junto a la gran Jacki Weaver en el papel de Dolores, un difícil cometido, testigo casi mudo, de ojos aterrados y acuosos.
Y por último, además de destacar su banda sonora y compartir (por diferentes razones) desquicie con el protagonista por la misma canción de Stevie Wonder, agradecer que en ningún momento en la película se saque a relucir el archimanido concepto de comparar la vida barajando el símil de si tú ves “la botella medio llena o medio vacía” para hablar de cómo ve cada cual realmente su situación, que lleva años rulando por miles, incluso ya, de telefilms.