Existen muchas clasificaciones para las películas. Una de ellas es la que diferencia entre aquéllas que te cuentan una historia, y aquéllas que te muestran una situación concreta en un contexto determinado. No tiene por qué ser una historia delimitada, sino que se conforman con hacer sentir al espectador algo. Dentro de esta categoría yo metería Match Point, por ejemplo, y sin ir más lejos la película que nos ocupa.




Y, siguiendo lo anterior, vemos sin tener que profundizar mucho que una de las cosas más importantes en este tipo de películas son, por tanto, las actuaciones y los lugares en las que las mismas se dan. En este caso ambos ingredientes se han aplicado con mimo.

En primer lugar vemos que el director, James Gray, ha vuelto a confiar en el ya veterano Joaquin Phoenix para el papel protagonista. Y no podemos reprochárselo, ya que es un profesional con todas las de la ley. Camaleónico donde los haya, es capaz de hacer de emperador con mala leche, o de una hormiguita más dentro de las gigantes calles de Nueva York, pasando por todos los registros intermedios que os podáis imaginar. Una actuación excelente que lleva el peso de la película sin despeinarse.

Por su parte también nos encontramos con Gwyneth Paltrow y Vinessa Shaw, que -sobre todo en el caso de la primera- siguen de cerca el trabajo de Joaquin y dan una presencia importante a toda la narración.

La historia nos cuenta una situación para el protagonista dramática -aunque comparativamente con otras desgracias no lo es tanto- y cómo se va desarrollando, estableciendo una serie de paralelismos entre lo que le ocurre en el presente y lo que le sucedió en el pasado.

El final, que huye un poco de lo políticamente correcto, queda como un pequeño broche para una película que trata sobre el dolor de unos personajes más o menos cotidianos.

Nota: 8/10