Una comedia atípica que probablemente no tuvo la repercusión que pudo tener por aunar de una manera extraña la comedia familiar con el humor negro. Los más pequeños no están preparados para este tipo de humor, y los más mayores no acaban de encajar su a veces estilo infantiloide y desenfadado. Tan sólo aquellos "niños grandes" que llevamos algunos en nuestro interior serán capaces de disfrutar de la película plenamente.

Visualmente es tremenda, aunque teniendo en cuenta el pequeño universo que se nos presenta no hubiera pasado nada malo si Brad Silberling hubiera fardado de él. Nos quedamos un poco a medias de conocer más sobre todo lo que rodea a los protagonistas, sobre sus excentricidades y sobre sus locuras injustificadas. Jim Carrey curiosamente está mejor maquillado que actuando, cosa que no suele pasar en el fenomenal actor y comediante. Es de esas pocas películas donde los niños no parecen muy repelentes. Únicamente la niña se te antojará un poco sosilla, pero no es que tengas ganas de ver como fallecen en los continuos intentos del señor Olaf.

Es la estructura lo que realmente triunfa en la película. Ese continuo cambio de contexto divide la película en pequeños actos ideales para no aburrirse a pesar de que el ingenio brilla la mayor parte del tiempo. Luego, cuando la película se acerca al final, pierde su estructura y el último pasaje es demasiado flojo como para remontar el vuelo. Aun así lo anterior es lo suficientemente divertido.

Difícil de tragar, rara y a la vez única en su especie. No consigo recordar una película que se le parezca salvo en pequeños matices. Las catastróficas desdichas de Silberling tienen todos los ingredientes para convertirse en una especie de película de culto, pero parece que está cayendo demasiado en el olvido.

Los títulos de crédito, muy hipnóticos.