Me duele mucho suspender a Howard porque es una de las películas de mi infancia, pero madre mía, es insosteniblemente mala.

Y con mala no me refiero a que sea una sucesión de tópicos ochenteros que hemos visto en todas y cada una de las películas del género más comercial habido y por haber, con mala me refiero a que la propia trama es especialmente mala, y el guión es digno del más doloroso de los castigos. Howard acaba convirtiéndose en una especie de pato transgresor políticamente incorrecto que además se permite el lujo de coquetear con humanas que, además, caen rendidas a sus pies. Ese punto cómico puede tener su aquél, pero la realidad es que Howard acaba tornándose en una película casi inadecuada para niños y tremendamente estúpida para adultos.

Hoy en día, el poco encanto de Howard está en ver a Tim Robbins buscando un sitio en Hollywood y en presenciar al famoso Howard que costó tantos millones y casi la quiebra de su estudio. Un Howard que, seamos honestos, goza de un reparto inimaginable de gestos y de animaciones casi impensable fuera de los terrenos digitales. Desde luego se ha demostrado que semejante inversión por muy estupenda que resulte no compensa, pero hay que valorar el trabajo en ese aspecto.

Sacad vuestras baterías sintetizadas del trastero y dadle una oportunidad. Dentro de su ridiculez puede que encontréis algo que yo, por desgracia, perdí en la niñez.