Tan vacía como entretenida. Speed es un máximo exponente de esa acción de sobremesa que se cobra pocas víctimas y donde los héroes lo son hasta las últimas consecuencias. Un taquillazo que se basa en una idea tan básica que parece mentira que no se hiciera antes, sobre todo existiendo un tal Michael Bay por ahí.

Keanu Reeves se enzarza en una persecución eterna -bueno, es más bien al revés- sobre un Dennis Hopper que luce hasta cómico como villano. El terrorista en cuestión lo es de libro, y se dedica a poner a prueba al pobre Keanu que está hasta las narices de él. En la carátula hay un autobús que se ve que no va precisamente despacio y muchas explosiones alrededor. Adivinad qué nos importa y qué no.

Porque toda la película es el autobús, y es lo que hemos "pagado" por ver. Jan de Bont nos da poco más de una hora de ese autobús imparable y nos fastidia el día con una primera media hora que no nos importa nada, y con una última media hora que nos importa todavía menos. Así, nos encontramos con demasiados clímax en una película que sólo necesitaba uno.

Pero vaya, esa hora en el autobús es sensacional. Un autobús que no puede bajar de los 50 km/h ya que de hacerlo explotará con todos sus pasajeros dentro. Magnífico. Todavía puedo escuchar a mi yo de 10 años gritando de excitación ante tal idea. La cantidad de situaciones que se pasan por la cabeza de los creadores de esta película es inigualable, y el ritmo es todavía más acelerado de lo que va el propio autobús, como si lo que fuera a detonar fuera la película. Como si no quisieran que el espectador se parara un poquito a pensar sobre lo alocado de toda esta fiesta de atropellos y choques por doquier.

Déjate llevar. Deja que el niño que creía en los héroes de acción tome el control y no te hagas demasiadas preguntas.