El mismo punto de partida es jugoso, muy seguro hay que estar de lo que no va a hacer (o ser un frívolo, que también los hay) para empezar con la lapidaria sentencia de Nietzsche acerca de la esperanza como artificio para prolongar la agonía del hombre. Sin embargo desde el primer momento se ve que el director maneja la historia y la cámara con un pulso firme, así veremos la ascensión y caída del joven Marko en lo que constituye una verdadera tragedia. El problema es que, según mi humilde punto de vista, el intento del director por encarnar en Marko la alegoría del presente y futuro de la Macedonia post-yugoslava es tan impactante y tan duro que nos deja un tanto perplejos. Es decir, a cualquier espectador le costará asumir un cambio tan radical como el que efectúa el protagonista a lo largo del metraje, desde la más pura impotencia hasta la más desenfrenada violencia. Por lo general creo que este tipo de casos acaban de un modo un tanto más dramáticos, como por ejemplo el suicidio. En este sentido me parece forzar la realidad. Sin embargo no creo que el objetivo de Svetozar Ristovski sea dar una apariencia realista a dicha transformación, su anhelo va un poco más allá y no es otro que el de mostrar los problemas en los que vive sumida la sociedad macedonia: familias desestructuradas por el alcoholismo; el desempleo; las condiciones de trabajo precarias; el choque generacional entre unos padres procedentes del comunismo y unos hijos nacidos en pleno auge del capitalismo global; la corrupción de las autoridades (es interesante ver el modo en que se cubren las espaldas unos a otros: el jefe de la empresa con el policía, el policía con el director del colegio, etc.); la discriminación (el rechazo de un bosnio como profesor de macedonio, ya que todo nacionalista macedonio relaciona rápidamente a éstos con los albaneses a los cuya insurgencia se enfrenta el Estado de Macedonia); las injusticias en definitiva y, sobre todo, la presencia permanente de la violencia como elemento estructurador de las relaciones sociales.

El film es verdaderamente desesperanzador, de hecho el final remueve las tripas, mueve a una especie de compasión tanto hacia el profesor asesinado como hacia el joven completamente destruido por el entorno que se ve obligado a enfrentar día a día. Sin embargo es necesario llamar la atención sobre estas realidades porque con el final de la guerra y la independencia no acabaron los problemas, sino que empezaron muchos otros.