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Voto de davilochi:
5
5,2
30
Aventuras. Comedia. Fantástico
Retrato futurista, 2010, de unos Balcanes bajo las normas de un sacerdote fanático, donde reinan el caos y la destrucción. (FILMAFFINITY)
20 de marzo de 2011
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El siglo XX terminó en los Balcanes igual que comenzó, marcado por la guerra. Si queremos recurrir al simbolismo histórico podríamos centrarnos en la ciudad de Sarajevo. Siguiendo la cronología marcada por el historiador Eric J. Hobsbawm en 1914 daba inicio el siglo XX con el asesinato del archiduque Francisco Fernando a manos de Gavrilo Princip, un joven nacionalista panserbio (por no hablar de las dos guerras acontecidas en los Balcanes durante los años 1912 y 1913 llevadas a cabo para definir las fronteras de los estados surgidos de la disolución del Imperio otomano); setenta y ocho años después, en junio de 1992, podríamos decir que el siglo terminó cuando François Mitterrand rompió el bloqueo de la capital bosnia a manos de las fuerzas serbo-bosnias. Darko Mitrevski, al cual conozco por la muy recomendable “Bal-can-can”, y su amigo Popovski tuvieron todo esto muy en cuenta a la hora de llevar a cabo su curioso experimento entre lo snuff y lo surrealista que, por qué no, contiene guiños al David Lynch de “Twin Peaks” – los decorados de la tercera parte del film, durante el funeral, sustituyendo el rojo por el blanco y la oscuridad por la luz, recuerdan a la Logia Negra de la serie lynchiana – e “Inland Empire” – por las licencias surrealistas en forma de devaneos de la conciencia. Precisamente Mitrevski, como buen macedonio, no olvida lo cerca que su joven país estuvo de saltar por los aíres a causa de la presencia de una importante minoría étnica albanesa en la zona septentrional y occidental del país, minoría que en su mayor parte ambiciona la integración en una hipotética Gran Albania. Si la crisis pudo contenerse fue por la presencia de fuerzas de pacificación de la ONU desde los inicios de la disolución de la federación yugoslava.
Creo que estas son las influencias bajo las que se gesta el film y, de igual forma, la tesis que defenderían los directores es la de que “el futuro está tan jodido como el pasado”. Aún siendo sus objetivos otros, siguiendo este género, prefiero la aproximación que propone Djordjevic en “The Life and Death of a Porno Gang”, creo que la película se pierde en su propósito, carece de la claridad hasta dentro de su premeditado simbolismo y su sucesión de imágenes sin una aparente conexión entre sí. En cualquier caso recomiendo verla a todo aquel interesado en las interpretaciones en torno a lo ocurrido en los Balcanes en los últimos años.
La película está dividida en dos partes separadas por un entremés donde asistiríamos a la primera filmación de una boda realizada en Macedonia. Esta escena es la que dota de cierta coherencia estructural al film y aquella que contiene las claves para interpretarlo. Si nos fijamos se trata de dos hermanos que deciden casarse, incurriendo con ello en pecado mortal, unión que es sancionada por la familia y el pope hasta que la muerte los separe. Una vez realizado el enlace éste es disuelto precisamente mediante el casi inmediato asesinato del ahora marido.
Creo que estas son las influencias bajo las que se gesta el film y, de igual forma, la tesis que defenderían los directores es la de que “el futuro está tan jodido como el pasado”. Aún siendo sus objetivos otros, siguiendo este género, prefiero la aproximación que propone Djordjevic en “The Life and Death of a Porno Gang”, creo que la película se pierde en su propósito, carece de la claridad hasta dentro de su premeditado simbolismo y su sucesión de imágenes sin una aparente conexión entre sí. En cualquier caso recomiendo verla a todo aquel interesado en las interpretaciones en torno a lo ocurrido en los Balcanes en los últimos años.
La película está dividida en dos partes separadas por un entremés donde asistiríamos a la primera filmación de una boda realizada en Macedonia. Esta escena es la que dota de cierta coherencia estructural al film y aquella que contiene las claves para interpretarlo. Si nos fijamos se trata de dos hermanos que deciden casarse, incurriendo con ello en pecado mortal, unión que es sancionada por la familia y el pope hasta que la muerte los separe. Una vez realizado el enlace éste es disuelto precisamente mediante el casi inmediato asesinato del ahora marido.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
He aquí la paradójica historia de Yugoslavia en unos pocos minutos reflejada con gran maestría – creo que es lo más potable del film: serbios y croatas, por citar a las nacionalidades paradigmáticas de la federación, decidieron unirse en 1918, a pesar de que desde entonces hayan querido ahondar en sus diferencias hasta el punto de hablar de dos etnias diferenciadas (algo estúpido, pues ambos pertenecen al tronco común de los eslavos del sur y hablan lenguas que se diferencian más bien poco entre sí) estamos ante pueblos hermanos, sin embargo condenados a la desunión por imposición, tal y como vemos en la película. De algún modo el final de este matrimonio sería un recuerdo a todos aquellos que se opusieron a la escalada de violencia de los años 90 aún a costa de su marginación social e, incluso, el exilio, porque aquellos que abogaban por la violencia les hicieron la vida imposible.
Por lo demás nos encontramos con un film cuya primera parte se centra en un mundo post-apocalíptico ambientado en el año 2019 completamente devastado a causa de – suponemos – las inacabables trifulcas en los Balcanes, ese círculo de venganza que nunca se cierra. Precisamente el protagonista es un hombre condenado a la inmortalidad, dicha maldición sería el producto de su cópula con la divinidad: es indudable que Kuzman es una alegoría del nacionalismo, ideología caracterizada por sintetizar los mitos laicos con los religiosos para configurar el pastiche en el que creen millones de seres humanos en todo el planeta. De ahí que la condena por dicha maldición sea la muerte de los niños de toda su comunidad, porque a lo largo del último siglo el nacionalismo se ha cobrado un costoso peaje en forma de vidas (¿qué imagen más abnegada y mitificada que la de la madre que entrega a sus vástagos al altar de los sacrificios de la patria después de toda una vida criándolos?). La inmortalidad del nacionalismo se convierte en una pesadilla para los hombres, pues el nacionalismo no es otra cosa que un intento constante del pasado por superponerse al presente y proyectar su larga sombra sobre el futuro, de tal modo que los muertos vagan constantemente en la memoria de los vivos, gritando en busca de justicia, de retribución.
Por último estaría el Santa Claus interpretado por Lazar Ristovski, quien no sería sino una alegoría de Occidente (¿qué símbolo más occidental que éste, a quien Coca-Cola consiguió imponerle incluso su uniforme tradicionalmente verde?) y sus constantes y frustrados intentos por entender lo que ocurre en los Balcanes, esta vez en 1999. De hecho se encontrará con un Kuzman, todavía niño, quien no alberga ningún deseo, dando el reflejo de una juventud que no necesita migajas de nadie, sino un futuro de verdad. La frustración de este Santa Claus se unirá al círculo de violencia destructiva de los asistentes al funeral, dando una idea de los Balcanes similar a la de un agujero negro que absorbe todo lo que se acerca a ellos.
Por lo demás nos encontramos con un film cuya primera parte se centra en un mundo post-apocalíptico ambientado en el año 2019 completamente devastado a causa de – suponemos – las inacabables trifulcas en los Balcanes, ese círculo de venganza que nunca se cierra. Precisamente el protagonista es un hombre condenado a la inmortalidad, dicha maldición sería el producto de su cópula con la divinidad: es indudable que Kuzman es una alegoría del nacionalismo, ideología caracterizada por sintetizar los mitos laicos con los religiosos para configurar el pastiche en el que creen millones de seres humanos en todo el planeta. De ahí que la condena por dicha maldición sea la muerte de los niños de toda su comunidad, porque a lo largo del último siglo el nacionalismo se ha cobrado un costoso peaje en forma de vidas (¿qué imagen más abnegada y mitificada que la de la madre que entrega a sus vástagos al altar de los sacrificios de la patria después de toda una vida criándolos?). La inmortalidad del nacionalismo se convierte en una pesadilla para los hombres, pues el nacionalismo no es otra cosa que un intento constante del pasado por superponerse al presente y proyectar su larga sombra sobre el futuro, de tal modo que los muertos vagan constantemente en la memoria de los vivos, gritando en busca de justicia, de retribución.
Por último estaría el Santa Claus interpretado por Lazar Ristovski, quien no sería sino una alegoría de Occidente (¿qué símbolo más occidental que éste, a quien Coca-Cola consiguió imponerle incluso su uniforme tradicionalmente verde?) y sus constantes y frustrados intentos por entender lo que ocurre en los Balcanes, esta vez en 1999. De hecho se encontrará con un Kuzman, todavía niño, quien no alberga ningún deseo, dando el reflejo de una juventud que no necesita migajas de nadie, sino un futuro de verdad. La frustración de este Santa Claus se unirá al círculo de violencia destructiva de los asistentes al funeral, dando una idea de los Balcanes similar a la de un agujero negro que absorbe todo lo que se acerca a ellos.