Media votos
7,8
Votos
1.391
Críticas
273
Listas
61
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de davilochi:
9
6,2
15.485
Drama
En una mansión, cuatro señores se reúnen con cuatro exprostitutas y con un grupo de jóvenes de ambos sexos, partisanos o hijos de partisanos, que han sido hechos prisioneros. Nadie en la casa puede eludir las reglas del juego establecidas por los señores; toda transgresión se castiga con la muerte. Además, ellos gozan de la facultad de disponer a su antojo de la vida de los cautivos. (FILMAFFINITY)
9 de diciembre de 2012
8 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
En este film, Pasolini nos ofrece su particular visión o interpretación de la naturaleza fascista, es decir, del sujeto fascista y del fascismo como fenómeno colectivo o social. En su caso, Pasolini propone un análisis de tipo cultural desde perspectivas que abordan el fenómeno con un prisma psicoanalítico evidente, tal y como habría propuesto Wilhelm Reich o propondría varios años después Klaus Theweleit. Por tanto, creemos que vale la pena llevar a cabo un análisis sucinto y preciso de la propuesta del italiano, que podría contribuir a orientar nuestras investigaciones en un momento en que la violencia y el trauma se han situado en el centro de las investigaciones historiográficas, algo que no había ocurrido antes. Y es que, sin lugar a dudas, violencia y trauma son los ejes que articulan esta película.
Así pues, el fascismo nos muestra al fascista en su condición de verdugo perpetuador y víctima a un mismo tiempo, verdugo perpetuador de una violencia que cobra el sentido de desesperada huida hacia delante sobre otros cuerpos, siempre en busca de un sentido que parece cada vez más lejano y vacío a causa de esa misma violencia; y, de igual forma, víctima, de una modernidad que lo ha desbordado mientras trataba de buscar respuestas , de su misma violencia, que lo degrada y destruye como ser humano. De hecho, la película plantea varios problemas y marcos temporales, algo que se colige del hecho de que Pasolini ambientara su película en el último periodo del fascismo italiano, el de Saló, cuando éste encontró su máxima expresión y alcanzó su paroxismo, lo cual no tiene otro propósito que contemplar el fenómeno en su momento final, en sus estertores, cuando entiende el director que se pone de manifiesto su verdadera naturaleza en toda su crudeza. El hecho de que la película gire en torno al secuestro, vejación y sodomización de jóvenes adolescentes a manos de un grupo de jerarcas fascistas no deja de tener un sentido claro, y es el de la pesada herencia que el fascismo tuvo sobre Italia y los italianos, tanto las generaciones que lo vivieron y sintieron directamente como aquellas que heredaron las consecuencias: la normalización de la violencia y la pérdida absoluta de cualquier referencia en lo referido a ideas básicas para la convivencia como los conceptos del bien y el mal. Es evidente que Pasolini tenía en mente los atentados terroristas del neofascismo que con tanta agudeza denunciaba en las páginas de Il Corriere della Sera poco antes de su muerte, allí Italia aparecía prisionera de su pasado, pero también connivente con éste al no haber sabido abordarlo, al haber vivido en concubinato con éste y al haber hecho imposible la construcción de una sociedad más justa, capaz de devolver la autocrítica activa, el sentido y la razón de ser a los italianos entendidos como sociedad.
Precisamente, una de las cuestiones que mejor caracteriza la película es la violencia fascista, un elemento central a dicha experiencia humana que se pretende total y que va siempre en pos del trance y el éxtasis, que de hecho equipara el sexo con la violencia y la búsqueda del placer por medio de ella. A través de la espiral de violencia, entendidos como fenómeno estético y heroico normalizado y codificado en clave mito-poética, tratan de huir del mismo agujero negro generado por dicha violencia, de esa crisis permanente que los empujo a salir de la anomia y que ellos mismos han agudizado con sus actos. Y ahí reside la tragedia del fascismo como experiencia, en su propio impulso autodestructivo que convierte al sujeto en prisionero de sus impulsos, en esclavo del intento por reequilibrar su precario statu quo psíquico.
Así pues, el fascismo nos muestra al fascista en su condición de verdugo perpetuador y víctima a un mismo tiempo, verdugo perpetuador de una violencia que cobra el sentido de desesperada huida hacia delante sobre otros cuerpos, siempre en busca de un sentido que parece cada vez más lejano y vacío a causa de esa misma violencia; y, de igual forma, víctima, de una modernidad que lo ha desbordado mientras trataba de buscar respuestas , de su misma violencia, que lo degrada y destruye como ser humano. De hecho, la película plantea varios problemas y marcos temporales, algo que se colige del hecho de que Pasolini ambientara su película en el último periodo del fascismo italiano, el de Saló, cuando éste encontró su máxima expresión y alcanzó su paroxismo, lo cual no tiene otro propósito que contemplar el fenómeno en su momento final, en sus estertores, cuando entiende el director que se pone de manifiesto su verdadera naturaleza en toda su crudeza. El hecho de que la película gire en torno al secuestro, vejación y sodomización de jóvenes adolescentes a manos de un grupo de jerarcas fascistas no deja de tener un sentido claro, y es el de la pesada herencia que el fascismo tuvo sobre Italia y los italianos, tanto las generaciones que lo vivieron y sintieron directamente como aquellas que heredaron las consecuencias: la normalización de la violencia y la pérdida absoluta de cualquier referencia en lo referido a ideas básicas para la convivencia como los conceptos del bien y el mal. Es evidente que Pasolini tenía en mente los atentados terroristas del neofascismo que con tanta agudeza denunciaba en las páginas de Il Corriere della Sera poco antes de su muerte, allí Italia aparecía prisionera de su pasado, pero también connivente con éste al no haber sabido abordarlo, al haber vivido en concubinato con éste y al haber hecho imposible la construcción de una sociedad más justa, capaz de devolver la autocrítica activa, el sentido y la razón de ser a los italianos entendidos como sociedad.
Precisamente, una de las cuestiones que mejor caracteriza la película es la violencia fascista, un elemento central a dicha experiencia humana que se pretende total y que va siempre en pos del trance y el éxtasis, que de hecho equipara el sexo con la violencia y la búsqueda del placer por medio de ella. A través de la espiral de violencia, entendidos como fenómeno estético y heroico normalizado y codificado en clave mito-poética, tratan de huir del mismo agujero negro generado por dicha violencia, de esa crisis permanente que los empujo a salir de la anomia y que ellos mismos han agudizado con sus actos. Y ahí reside la tragedia del fascismo como experiencia, en su propio impulso autodestructivo que convierte al sujeto en prisionero de sus impulsos, en esclavo del intento por reequilibrar su precario statu quo psíquico.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
En un intento por reconciliar una mente atormentada por las contradicciones de una educación que no se ajusta al reto de la época en que le ha tocado vivir trata de ajustar el mundo exterior de una psyche que produce insoportables imágenes experiencias psicosomáticas, así, mediante la violencia implacable desatada contra las víctimas pretenden dos cosas: reconciliarse consigo mismos en lo que en algún momento han podido llegar a percibir como una anormalidad (su propio desequilibrio) e igualar a la víctima-enemigo a la imagen de bajeza y miseria que tienen de ella. Es precisamente por ello que no pueden cesar en la reducción del otro a la mayor de las miserias e insignificancias, sobre cuyo cuerpo y alma imponen y canalizan su propio dolor y miedo al vacío: «Imbécil, ¿cómo podías imaginar que íbamos a matarte?, ¿no sabes que nosotros quisiéramos matarte miles de veces hasta los límites de la eternidad, si es que la eternidad tuviera límites?» Para hacer posible su modo de ser en el tiempo y el espacio el fascista precisaría de la eternidad, de ahí que su objetivo sea alcanzarla y conquistarla para sí, para hacer realidad su imagen del mundo, su proyecto, para poder huir de sí mismo por el resto de los siglos.
Así pues, Pasolini, mediante la ridiculización de la figura del fascista a través de la hiperbolización de su violencia o, si se quiere, su caricaturización trata de mostrar el vacío de su propuesta espiritual, la imposibilidad de llevar a término su utopía temporalizada y el trauma que engendra semejante experimento de ingeniería del alma humana, tanto para los verdugos como para las víctimas. Porque al fin y al cabo, ¿la simpleza de unos no es el asesinato de las esperanzas de los otros?, ¿no es comprensible la frustración del fascista ante la falta de trascendencia y espiritualidad de su presente, ante la falta de puntos de referencia?, ¿acaso es una perversión plantear el sufrimiento y desgarro espiritual de un fascista, su búsqueda de respuestas sobre sí mismo y sobre el mundo que le rodea? Al fin y al cabo no es el sadismo por el sadismo, sino una violencia a través de la cual el individuo trata de ganar tiempo para encontrar las anheladas respuestas más allá de la burla que le hace la realidad y de acercarse al anhelado nuevo mundo. En cualquier caso, no cabe duda de que ese fascismo final retratado por Pasolini tiene un rostro histérico, desesperado, consciente de que se acerca el momento fatal de la más absoluta incertidumbre (he ahí la presencia del zumbido de los bombarderos aliados en el cielo italiano, contemplado con calma chicha por los protagonistas encerrados en esa casa que se torna claustrofóbica por momentos, lo cual da que pensar a qué quedó reducido el fascismo en última instancia: a cuatro paredes asfixiantes, todo un mundo de anhelos y sueños reducido a la insignificancia, como esos últimos días de Hitler en el búnker), completamente empujado en esa huida hacia delante que precipitará su colapso absoluto, paradigmático en el caso de Alemania y el suicidio del propio dictador austriaco, pero todavía capaz de la más absoluta precisión y consciencia.
Porque no es una locura lo que vemos, sino el resultado del dolor por un proyecto frustrado que hace aguas, por una utopía que se ha demostrado irrealizable y que, no obstante, se niega a perecer y muestra sus últimos coletazos en esa violencia masiva y brutal sobre la que se regenerará el nuevo hombre. Y, sin embargo, el fascista, un obseso de la pureza original de las cosas, de la unidad y la rigidez, se ve abocado a la crisis y el desgarro por la impureza y el círculo vicioso creado por esa misma violencia.
Así pues, Pasolini, mediante la ridiculización de la figura del fascista a través de la hiperbolización de su violencia o, si se quiere, su caricaturización trata de mostrar el vacío de su propuesta espiritual, la imposibilidad de llevar a término su utopía temporalizada y el trauma que engendra semejante experimento de ingeniería del alma humana, tanto para los verdugos como para las víctimas. Porque al fin y al cabo, ¿la simpleza de unos no es el asesinato de las esperanzas de los otros?, ¿no es comprensible la frustración del fascista ante la falta de trascendencia y espiritualidad de su presente, ante la falta de puntos de referencia?, ¿acaso es una perversión plantear el sufrimiento y desgarro espiritual de un fascista, su búsqueda de respuestas sobre sí mismo y sobre el mundo que le rodea? Al fin y al cabo no es el sadismo por el sadismo, sino una violencia a través de la cual el individuo trata de ganar tiempo para encontrar las anheladas respuestas más allá de la burla que le hace la realidad y de acercarse al anhelado nuevo mundo. En cualquier caso, no cabe duda de que ese fascismo final retratado por Pasolini tiene un rostro histérico, desesperado, consciente de que se acerca el momento fatal de la más absoluta incertidumbre (he ahí la presencia del zumbido de los bombarderos aliados en el cielo italiano, contemplado con calma chicha por los protagonistas encerrados en esa casa que se torna claustrofóbica por momentos, lo cual da que pensar a qué quedó reducido el fascismo en última instancia: a cuatro paredes asfixiantes, todo un mundo de anhelos y sueños reducido a la insignificancia, como esos últimos días de Hitler en el búnker), completamente empujado en esa huida hacia delante que precipitará su colapso absoluto, paradigmático en el caso de Alemania y el suicidio del propio dictador austriaco, pero todavía capaz de la más absoluta precisión y consciencia.
Porque no es una locura lo que vemos, sino el resultado del dolor por un proyecto frustrado que hace aguas, por una utopía que se ha demostrado irrealizable y que, no obstante, se niega a perecer y muestra sus últimos coletazos en esa violencia masiva y brutal sobre la que se regenerará el nuevo hombre. Y, sin embargo, el fascista, un obseso de la pureza original de las cosas, de la unidad y la rigidez, se ve abocado a la crisis y el desgarro por la impureza y el círculo vicioso creado por esa misma violencia.