A estas alturas ya nadie duda del talento de Wong Kar-Wai. Un director que con un tacto exquisito convierte la menor de las nimiedades en un espectáculo de luz transparente, mimosa, cautivadora, sofisticada, a la que el espectador es incapaz de resistirse.
“Deseando amar”, la película que toca comentar, esta plagada de una elegancia pasional, una belleza sacada de la nada y una armonía interior que enamora y contagia.

Es la historia de una amor frustrado, una infidelidad temiblemente secreta que destroza los corazones de nuestros protagonistas. Dos personas olvidadas, perdidas en una soledad que les consume y cuyo único consuelo son las miradas furtivas y los sentimientos recíprocos que sienten uno por el otro y que incluso en sus encuentros a oscuras no son capaces de expresar. Por miedo, por el que dirán, por temor a estar equivocándose y hacerse daño.

La narración es un prodigio de sutileza y pasión por los pequeños detalles. A pesar de abarcar varios años, la separación espacio-tiempo es prácticamente nula. Cuesta diferenciar cuando es hoy y cuando es mañana. Una sensación que unida al ritmo pausado que imprime Kar-Wai a su película hacen de ésta una experiencia emocionalmente ininterrumpida, sin distracciones ni reposo para asimilar lo que vemos.
Mediante el recurso de introducir cada cierto tiempo una especie de entreacto exclusivamente musical se consigue dotar de un grado aun más personal a un trabajo ya de por sí intimista en exceso.

Una cuidadísima puesta en escena, una banda sonora de primer nivel y la gran actuación de dos de los mejores actores asiáticos del momento completan la que para mí es una de las películas más bellas y fascinantes de lo que llevamos de década.