Los primeros minutos de "Condemor, el pecador de la pradera" son un auténtico homenaje al comienzo del clásico del western "El rostro impenetrable", con unos impresionantes Chiquito de la Calzada y Bigote Arrocet en los papeles de Marlon Brando y Karl Malden. A partir de aquí, cada escena del film está llena de matices, del ritmo especial cansino de las películas del Oeste, donde cada conversación está salpicada por la arena y el polvo. Álvaro Saenz de Heredia ha bebido de muchísimas influencias de altísima calidad sacadas de los incunables del Oeste (La diligencia, Winchester 73, La conquista del Oeste o Asalto al carro blindado) y eso se nota en un guión sin fisuras sobre una historia de camaradería, amistad, traiciones y sacrificio.

El reparto es de lujo. Ya hemos mencionado la extraordinaria calidad interpretativa del dúo protagonista, a los que se suman secundarios de lujo como Sol Abad o Naïm Thomas, que a sus cualidades como actor hay que sumar las de extraordinario cantante. Los diálogos trascendentales, dispuestos inteligentemente en momentos clave de la película invitando a la reflexión, se intercalan con situaciones dramáticas y cómicas que no dejan al espectador un momento de respiro.

Un clásico atípico del cine español que hay que rescatar de una vez situándolo en el lugar que se merece.