Recuerdo que en el año 1999 estaba preparando mi proyecto fin de carrera de Arquitectura. Eran tiempos de nerviosismo, tensiones, noches de dormir poco trabajando...y cuando conciliabas el sueño aparecías dentro de tu ordenador de mesa en plan Tron luchando contra líneas y puntos, bloques de sanitarios, circuitos de aire acondicionado, aplacados de piedra y carátulas de un montón de planos sin acabar. Porque, sin apenas experiencia en la informática, cometí la locura de confeccionar con ordenador mi último trabajo como estudiante, una osadía comparable a la de enfrentarse a Garri Kasparov sin distinguir un caballo de un alfil.

Un día de esos alguien me propuso ir a ver la última película de Almodóvar y, sin saber muy bien qué excusa poner para rehusar y no parecer aguafiestas, decidí salir de mis preocupaciones por unas horas y dirigirme a la sala de cine a reírme un poco de los freakies que iban, sin duda, a desfilar por la pantalla grande.

La calificación final de la película sería de suspenso absoluto, ya que me pareció una increíble sarta de chorreces arquetípicas del supuestamente iluminado manchego, que está empeñado en que nos creamos que España es como él la ve, decadente, viciosa y sucia. Le he puesto al final un tres porque, sin embargo, a Almodóvar le estaré agradecido toda la vida por curarme mis problemas de sueño originados por el nerviosismo de acabar bien mi carrera, ya que la mitad de la película la pasé sesteando como un bendito.

Y, al final, aprobé y todo.

Gracias, Pedrito. Tu cine es infumable en muchas ocasiones, pero debería ser prescrito para insomnes YA.