Un guion y una filmación repletos de pegotones y emplastos para incautos, que no encajan de ningún modo. De una ingenuidad aturullante, el guion sobrepasa todo lo visto hasta la fecha: quien lo elaborara no tiene la menor idea de los tejemanejes de cualquier operación inmobiliaria, ni tendría, pero al menos como buen guionista se podría haber documentado, en eso en este país vamos sobrados (en los tejemanejes y las corrupt.).
Hay alguna cosa buena. La voz en off narradora de Ernesto Alterio.
Multitud de detalles elaborados exclusivamente para el espectador que se dice, "ah, esto va para mí, claro" y lo sacan del sueño lúcido de la película, porque ve el artificio.
Un ejercicio obsesionado con darle cuatro giros de vuelta a la trama, con el fin de asombrar al espectador y abrumarle con sorpresas del estilo "ala, no me lo esperaba, entonces todo era falso, entonces el otro". De ese modo, el espectador, incauto, se dedica a desenredar las mil cosas que no encajan con su compañero de butaca, a la salida, olvidando así los mil y un emplastos que pueblan la folletinesca trama.
No es de extrañar que la mitad sean argentinos, tan dados a la exageración y la hipérbole, con todos los respetos y simpatías que los argentinos me inspiran.
En España esto no hacía falta, no hay más que ser un poco realista y costumbrista para relatar la exageración per se.