Resultaba lógico, necesario, de bien nacidos, que uno de los tres directores elegidos para realizar las tres fábulas de Historias de Nueva York fuese Woody Allen, uno de los mayores contadores de la “Gran Manzana”. En esta película episódica en la que se relatan tres cuentos más o menos morales situados en Nueva York y proximidades, a Woody Allen le queda el privilegio de cerrar el tríptico, tras el turno de Martin Scorsese y Francis Ford Coppola, con el capítulo Edipo reprimido.

La historia de Scorsese es un retrato amargo de dos perdedores. Scorsese sabe de lo que habla. Amarga y bien lúcida su historia. Scorsese las pasó canutas como creador y lo transmite a través de un espléndido Nick Nolte. Rosanna Arquette está deliciosa, la música que la acompaña y la cámara nerviosa de Scorsese acompañan muy bien al cariz de la historia.

Lo de Coppola es más flojo. Es la historia menos atractiva, más desaliñada y con menor interés. Tiene alguna gracia suelta, pero apenas.

Woody Allen. Se trata de una historia entre surrealista y mágica que tiene como trasfondo su inevitable Manhattan, y en la que Allen se vale de lo irreal, de lo fantástico para elaborar un divertimento de apenas cincuenta minutos basado en el célebre mito heleno de Edipo.

La típica historia de la vida de pareja de las películas de Allen adquiere aquí tintes de comedia de manera forzosa por mor del peculiar giro del argumento: gracias a la presencia omnipresente de la madre de Woody, Sheldon en la película, se la ven y se las desea para deshacerse de una vez por todas del yugo materno. La tragedia siempre se le presenta alguna forma a Sheldon en todas sus andanzas con el signo de una madre posesiva y dominante que le impide realizarse en el amor con Mia Farrow.

Una imagen verdaderamente impactante y novedosa en su cine, la de la madre que todo lo ve, que todo lo puede, desde un azul cielo de Manhattan, centra el interés del aficionado presto a verse sorprendido en cada película Allen.