Dice la Coixet, dicen las promociones, dicen todos que ésta es una película sobre la crisis, sobre la crisis que estamos viviendo en la actualidad y la que viven los protagonistas de Ayer no muere nunca en 2017 (título que más parece de una más de las de la saga de James Bond). Eso dicen, aunque como gancho está bien. Y se dedican de recordarlo (y subrayarlo) los cortes de los programas de radio que se oyen en el comienzo de la película así como en planos apocalípticos de la misma, lo mal que estamos (estarán, estaremos si llegamos a contarlo, allá en 2017). Y espero que tan mal no estemos allá dentro de cuatro años. Pero la cosa es que la película, cuando empieza el tour de force entre Candela Peña y Javier Cámara, va de la crisis, pero de la crisis de una pareja, emocional, un matrimonio roto por la pérdida de un ser queridísimo (causada eso sí por la crisis un 31 de diciembre) que se reencuentra tras cinco años. En los trastos que se tiran mutuamente ambos dos subyace la crisis económica, política y social, pero lo que más vemos en pantalla es la otra, la de ellos dos, la de por qué dos personas pueden dejar de quererse. Y sus motivos. Y ahí cada cual tiene los suyos. Asistimos en Ayer no termina nunca a los de esta pareja.

La realización de la Coixet hasta es un poco plana o aporta poco a lo que hemos visto. Tiene el mérito de ser una puesta en escena desnuda y reflejante de los sentimientos. O sea, que si salvo la película es por algo más, y ese algo más es Candela Peña y es Javier Cámara. Dos actores que saben lo que hacer y con la suficiente experiencia para no tener que dar mucho mal a un director. Es la sensación. Ellos entienden a la Coixet y viceversa. Y de eso se beneficia la película. De todas formas, eso, un 5.