Me resulta difícil opinar sobre ¡Oliver!, ya que la vi cuando tenía 11 años y me produjo un impacto enorme. Mi nivel de identificación con los niños protagonistas era absoluto. Realmente me veía pidiendo más comida, integrándome en una banda de pillastres o cantándole a una mañana deliciosa, sincopada de proletarios transfigurados en airosos bailarines. Todo ello durante la proyección y en numerosos sueños posteriores. La película no me asustaba, simplemente me obsesionó. Por supuesto ni la orfandad ni la redención de Oliver tenían nada que ver con mi vida real, pero jamás me he implicado emocionalmente en una película como en ésta. Sospecho que detrás de ello hay una dirección y una puesta en escena impecables.
Olvidé el film durante muchos años y lo recuperé recientemente, experimentando una cierta ternura por la inocente mirada infantil.
Y descubrí ¡Oliver! como lo que es: un magnífico musical que toma una realidad social terrible y la transmuta en belleza; tal vez como West Side History (salvando las distancias). Por eso no me apunto a la sensación de traición al espíritu dickensiano que denotan otras críticas, sino que acepto revisitar el clásico desde una óptica risueña y relativamente optimista, aunque la película no oculta la sordidez de la sociedad victoriana, ni la fetidez de los espacios urbanos degradados.
Maravillosos, por este orden, Moody, Wild, Reed (los dos), y Shani Wallis, de la que se habla menos. Lester, bueeeno bien.