Es difícil catalogar el cine de Wim Wenders. La primera vez que vi París, Texas (1984) me quedé atónito, su forma de narrar, las secuencias de primeros planos, esas voces en off, es evidente que es un cine diferente. El Cielo sobre Berlín refleja a la perfección una ciudad triste, apagada, anclada en el pasado, con las heridas de la guerra todavía abiertas para gran parte de la población, heridas que se muestran de la manera más cruda a lo largo de la película con unos flashbacks estremecedores.

Wenders nos traslada a un mundo visto desde los ojos de los ángeles, un mundo en blanco y negro, un mundo de miserias humanas. Ese Berlín con el corazón partido en dos por el muro de la vergüenza, levantado por el odio y la venganza, por la sangre y la muerte. En realidad, el director en ningún momento hace referencia de en qué lado estamos, no le importa, para él ambos son iguales, igual de tristes y anodinos.

Me da la impresión de que Wenders tenía claro que el final estaba cerca, lo intuía, las convicciones ya no eran tan férreas como antes por eso nos resalta este canto al amor, a la fe de la humanidad, por eso el blanco y negro se convierte en color. Todavía hay esperanza para el ser humano, nada está perdido. Las personas todavía pueden ser felices, se puede encontrar el amor, esa pareja perfecta con la que convivir y pasar el resto de nuestras vidas juntos. Tiene fe en ello.

Una película diferente de un director valiente, una película llena de vida y de positivismo, elementos necesarios en la Alemania de la posguerra, una Alemania devastada que le costó mucho levantarse, pero que al final lo consiguió.